domingo, 21 de agosto de 2016

A través del espejo

Había comenzado a llover y mientras esperaba que el semáforo se pusiese en verde, se había quedado exhortada contemplando a través del espejo aquellos ojos color miel que le miraban fijamente, impacientes, preguntándose cómo podrían haber salido unos ojos tan claro de otros tan oscuros.
―¿Pero por qué? ―Volvió a preguntar la pequeña de seis años.
―¿Por qué qué, cariño? ―reaccionó desconcertada ante la mirada atónita de la niña.
―Que ¿por qué no me respondes? ―insistió mirando a su madre fijamente a través del retrovisor del coche.
―¿Qué me has preguntado?
―Que ¿a qué sabe la lluvia? ―La niña le miraba fijamente esperando una respuesta.
―¡Ah! Pues depende de dónde llueva… Si llueve en la playa, sabrá salada; si lo hace en el campo, sabrá a tierra mojada, y si lo hace en una gran ciudad, puede saber a cualquier cosa…
―Pues Marita dice que sabe a lágrimas de ángel…
―¿Y a qué saben las lágrimas de ángel, cielo?
―Pues a lluvia… ¿no?
―¿Y tú crees que saben a eso?
―No… ―respondió la niña dubitativa mientras miraba las nubes por la ventanilla ―Pero no creo que sepan a lágrimas de ángel… ¡yo creo que saben a lágrimas de unicornio! Porque cuando llueve hay arcoíris, que son las colas de los unicornios…
―¿Y por qué van a llorar los unicornios?
―Pues… porque están tristes… y cuando dejan de estarlo, se van volando… pero como vuelan muy rápido, pues sólo se ve su cola… A lo mejor están tristes porque se sienten solos… y cuando uno llora, otro le encuentra… y se van juntos volando… y así son felices… como cuando yo me pierdo… que lloro, y cuando tú me encuentras ya soy feliz y dejo de llorar…
―Claro… ―respondió conteniendo una carcajada. Siempre le había llamado mucho la atención la imaginación de la niña, y no podía evitar pensar en las cosas que le pasarían por la cabeza y que se guardaba para ella, aunque en más de una ocasión le había oído hablando sola en su cuarto, mientras jugaba con sus muñecos, inventando historias. Decía que de mayor quería ser cuentacuentos, como la madre de su amigo, un niño de su clase al que el resto de niños solían tener marginado, pero que a su niña le caía muy bien, y que en alguna ocasión había invitado a casa.

Susana volvió a mirar por la ventanilla, pero sus ojos ya no mostraban la ilusión de hacía unos minutos, sino pavor al ver acercase el todoterreno verde que estaba a punto de embestirles por el lateral del coche. El recuerdo del impacto obligó a Lola a salir del trance con la cara llena de lágrimas, esa fue la última imagen que vio de su niña antes del incidente.


martes, 19 de abril de 2016

Tacones bajo la lluvia


Al empujar la puerta de cristal con fuerza dio un pequeño traspié. Hacía tiempo que no usaba los tacones, y aún no se había acostumbrado al equilibrio que tenía que hacer con ellos, y el bolso pareció molestarle al quedarse enganchado al pomo. El frenar de la poca inercia que le quedaba esa noche le hizo recordar el cansancio que llevaba acarreando algunos días.
Algo asomaba por la rendija del buzón, y se acercó a mirarlo de cerca. Parecía un papel doblado. No ponía su nombre pero estaba escrito a mano. Lo leyó detenidamente antes de chasquear la lengua. Aunque quien lo había redactado pretendía dirigirse a ella, se notaba que no era más que una nota genérica de alguien que no debía tener un ordenador ni dinero para fotocopias, aunque quizás, pensó, se tratase de algún tipo de intento de campaña de marketing, buscando hacer sentir especial a quien lo leyese, haciéndole creer que se trataba de una carta hacia esa persona en concreto. Se detuvo en una línea, “te estamos esperando”. Había estado pretermitiendo las incoherencias gramaticales, y poniendo comas donde no las había, pero a mitad de la carta, ya se había aburrido de leer un texto escrito por alguien que lo más probable es que ni siquiera se hubiese leído la Biblia a la que tanto mencionaba. Al leer “volveremos mañana a buscarte”, no puedo evitar una risa socarrona. Ya podrían llamar cuanto quisiesen, que no iba a molestarse en salir de la cama para escuchar a un mojigato vendiéndole mierda.
Abrió la puerta del ascensor. Aunque solía subir por las escaleras, no tenía ganas de subir las siete plantas, estaba demasiado cansada y sólo quería quitarse la ropa y tirarse en la cama. La pared del fondo tenía un enorme espejo, y apoyada en un lateral se escrutó minuciosamente mientras la luz parpadeaba. Había salido a la calle antes de la lluvia, y ahora se sentía un gato mojado. Volviendo a casa había llovido tanto que se le había calado la ropa, traspasándole incluso la cazadora, comprobando al abrirla que también tenía mojada la camiseta medio transparente que dejaba entrever su sujetador. Al apretar la minifalda pudo sentir el agua recorrer su muslo hasta adentrarse dentro de la bota. Sí, definitivamente estaba empapada… El pelo también le goteaba, y su rostro estaba completamente mojado, alegrándose de usar poco maquillaje. Lo único que había resistido toda la noche había sido el pintalabios rojo.
Un movimiento brusco fue la señal de que ya había llegado a su planta. Empujó la puerta con fuerza mientras preparaba la llave del piso, y tras un “clack” sordo se abrió la puerta. La luz estaba encendida, aunque recordaba haberla dejado apagada. Recolocó las llaves en su mano y se preparó para dar el primer golpe, el de la “sorpresa”.
―Hola, ya no sabía si volverías hoy.

martes, 5 de abril de 2016

Una chica como tú no debería...



― Una chica como tú no debería caminar sola por la noche.
― ¿Tengo pinta de que me importe tu opinión? ―respondió Lola mientras chasqueaba la lengua con un gesto de desprecio. Realmente no le importaba lo que opinase aquel desconocido, y a decir verdad, no le importaba lo que ningún borracho pudiese decirle a las 3 de la mañana. Había salido sola, como otras tantas veces a hacer lo que mejor se le daba, conocer gente. Precisamente en eso se basaba su ‘trabajo’, y al haber llegado a una nueva ciudad, casi tenía que empezar de cero. En realidad, era lo que más le gustaba. En cierto modo, era lo que le daba la vida.
Había estado recorriendo los bares de la zona, y poco a poco se había ido animando. Nuevos clientes habían engrosado su 'agenda', y eso era bueno para el negocio, aunque también había tenido que lidiar con algún gilipollas, y demasiados ‘cumplidos’ que no le habían hecho gracia. Y aunque no había encontrado a quien buscaba, consideraba que había sido una noche productiva.
Pero la temperatura había disminuido a la mitad de la que hacía cuando salió a la calle, y no llevaba bastante ropa como para estar a la intemperie, además, no tenía ganas de seguir dando vueltas, estaba un poco asqueada de tantas cosas…
Prométeme que no te meterás en líos”. Hacía tiempo que había perdido la cuenta del número de veces que había oído esa frase, y sin saber por qué se le vino a la cabeza mientras puenteaba un coche.
Al arrancar el motor, un humo negro salió del tubo de escape. Buscó la radio y le dio a reproducir el disco que estaba puesto. Primera. Segunda. Tercera. A penas había gente por la calle, y hacía horas que no oía las ambulancias. Se había enterado esa noche de que estaban haciendo un simulacro de emergencia, lo cual explicaba el exceso de policía en la ciudad, no le interesaba que la parasen, aunque ¿quién pararía a una chica guapa que regresa a casa sola en un coche viejo? Los tacones le estaban matando y había optado por conducir descalza.
En su cabeza resonaba como un eco aquella petición de promesa que no había podido cumplir. Aquella que le había llevado a marcharse lejos. Y aquel último “te quiero” que le había sonado tan amargo.
Se sentía cansada. Uno de tantos borrachos, en un inútil afán de ‘hacerse el interesante’ había tratado de psicoanalizarla. ¿Por qué todos creían conocerla? Le molestaba que un desconocido le diese su opinión, aunque se sentía satisfecha de dar la imagen que llevaba preparando tanto tiempo, modelándola a base de esos mismos psicoanálisis que tanto le irritaban. ¿Serían consciente todos ellos de lo que habían creado? Probablemente no, tampoco le importaba. Pero esta vez algo le había desconcertado, aquel chico, tras unos minutos, le había abrazado y besado el pelo antes de marcharse.
Siempre la misma historia. Siempre el mismo interés. La misma soledad. El mismo silencio cuando terminaba la noche. Y la misma cama vacía que le permitía descansar sin ser molestada.

viernes, 1 de abril de 2016

Otra noche más


Otra noche más, lo único que se oía a través de las sucias paredes del piso eran los gritos de desesperación de aquella muchacha. A él no se le oía alzar la voz, pero se podía intuir lo que estaba ocurriendo. En más de una ocasión se había escuchado a la chica describir lo que él le hacía, pero por su lenguaje no parecía más que una pataleta adolescente, y esta vez parecía más de lo mismo, pero un nombre salió a la luz, ‘Carlos’, ¿quién sería Carlos?
Un golpe fuerte te hace dar un brinco en la cama y mirar a tu mesita de noche. Comienza a cansarte esa situación que se repite día tras día, haciéndote preguntar si lo que ocurría allí merecería tanto la pena. Muebles que se arrastran, como un barrido, mientras ella grita desesperada, patalea y llora. Otro golpe, algo ha chocado arrasando lo que había a su paso. Te levantas cogiendo lo que tan oculto tienes en el primer cajón, te vistes y sales al descansillo. Llamas a la puerta. Silencio. Un hombre que debe rozar la cincuentena te abre la puerta, impasible. Te mira la mano pero no reacciona, y golpeas su cara. Sabes que tal vez te saque treinta kilos, pero no te importa. Vuelves a golpearle, y una vez en el suelo, te das cuenta de la sangre que mancha la pared mientras él solloza. La patada en la cara le deja sin sentido. Inmóvil. Entras en la habitación, y ahí está ella, en pijama, asustada y llorando contra la pared. Reconoces su cara enrojecida. No tendrá más de veinte años, y cuando te acercas se encoje. Te pones de cuclillas mientras la miras, sin decir nada. Sabes que no puedes dejarla ahí y le tiendes la mano que no tienes ensangrentada. La otra te arde y sientes la adrenalina escapar por cada poro de tu piel. Se levanta y te abraza, casi te deja sin aire. Te separas, “coge tus cosas”. Sabes que has causado más miedo que incertidumbre, pero ella obedece. Coge una mochila, mete algunas cosas y te acompaña a la puerta. Mira el cuerpo ensangrentado mientras sale del piso. Regresa y coge las llaves del mueble de la entrada para después cerrar la puerta tras de sí.
Sabes a dónde llevarla, y camináis durante un largo rato hasta que abres la puerta de otra casa, en otro barrio. Le indicas dónde puede dormir y regresas al salón con una cerveza en la mano. Al poco ella aparece por la puerta, aún sigue en pijama, te pregunta si puede sentarse contigo, y termina hecha un ovillo en el sofá… Te preguntas qué pasará por su cabeza en ese momento, pero no habla, y sabes que se ha quedado dormida. No entiendes cómo puedes confiar en ti si no te conoce, pero sientes su tranquilidad al respirar.

jueves, 31 de marzo de 2016

Borrachos en un bar



Como otras tantas noches, Jonás contempló su copa sobre la barra del bar. Ya se había acostumbrado a que Lidia nunca apareciese. Se había cansado de esperarla. Había asumido que aquel “te veo mañana” tan sólo había sido otra de tantas mentiras, y eso le cabreaba. Al mover la mano torpemente, derramó parte de su copa, bebió lo que quedaba en ella, se levantó y se marchó, tal vez a casa, donde Sara, su mujer le esperaba todas las noches, convencida de que su marido llegaba tarde del trabajo.
Ana miraba impaciente hacia la puerta, esperaba al chico del que se había enamorado la noche anterior nada más conocerlo. Dos frases habían llamado su atención, y al mirar tras el chico que se encontraba entre ambos, se había encontrado con aquellos ojos verdes que sabía pertenecían al amor de su vida. Los nervios la devoraban por dentro.
Andrés tuvo que esquivar a un hombre que se levantó tambaleante de la barra mientras sacudía su mano con desprecio. Saludó a Ana con una sonrisa tímida. No estaba seguro de si ella se alegraría de verle, ni si estaría igual de nerviosa que él. Detuvo su paso, mejor se pediría antes una cerveza. Llamó al camarero, así tendrían tiempo de llegar el resto de sus amigos, que se habían quedado en la puerta fumando.
Víctor llevaba ocho horas sirviéndole copas a los borrachos que frecuentaban su bar, y encima el último le había puesto la barra perdida. Sabía que los clientes querían que les pusiese otra copa, pero su jornada ya había terminado, y no pensaba servir ni una más.
Rosa llegaba tarde, como siempre, y sabía que Víctor se cabrearía por hacerle esperar. Al llegar a la puerta del bar se cruzó con una pelea en la puerta, un par de borrachos con cualquier excusa para darse unos golpes. El portero ni trató de detenerlos, tan sólo los empujó lejos de la puerta y la dejó pasar.
Carlos se había quedado rezagado con las últimas caladas de un cigarrillo, pero sus ganas por entrar y volver a verla le hicieron tirar la mitad al suelo, le recordaban tanto a Lidia… Era como volver a tenerla ante sus ojos, aunque sabía que eso ya no sería posible, ya que había muerto hacía unos meses por culpa de un conductor borracho que se dio a la fuga. Miró cómo pisaba la colilla y al levantar la vista para proseguir su camino, un impacto en la cara lo descolocó. Antes de poder reaccionar sintió cómo lo empujaban contra el suelo, cayendo de espaldas. El cuerpo del otro cayó sobre él mientras le golpeaba torpemente.
Víctor salió de la barra al ver entrar a Rosa, su mirada lo dijo todo, siempre llegaba tarde, y hoy él tenía prisa, había quedado con la vecina de su hermana, una chica de unos treinta años a la que su marido le era infiel y se había cansado de sentirse estúpida.
Ana vio al amigo de su ¿”cita”? Se preguntó si la gente seguiría llamándolo así, y si para él lo sería. Pero el tiempo pasaba y ella comenzaba a inquietarse, ¿y si no acudía?
Sara se impacientaba. Había ido a recoger a Víctor al salir de la oficina, y ya habían pasado diez minutos desde que él debería haber salido. Se preguntaba si tal vez le hubiese dado plantón, o si se habría equivocado. Tal vez había salido antes y se habían cruzado, o si simplemente él la había visto y la había esquivado. Por un momento pensó que había sido un error ir. Y se volvió a sentir estúpida.
Cuando Rosa le puso la cerveza a Andrés, éste continuó su camino hasta Ana. Al verla se puso nervioso y su primer pensamiento cuando le preguntó por Carlos fue decirle que no había venido, que había quedado con una amiga. Pero de sus labios sólo salió un murmullo que debió sonar a un “no sé, se ha quedado fuera”.
Dos agentes de policía salieron de un coche que pasaba por la zona antes de que Carlos pudiese incorporarse. Notó como uno de ellos lo levantaba con violencia mientras le gritaba que le diese la documentación.
Sara había salido de su coche, y mientras se fumaba un cigarrillo, nerviosa, le sorprendió Víctor. No le había visto llegar, y el susto la descolocó. Él se metió en el coche esperando a que ella entrase. Cuando se montó, él, con una sonrisa, le indicó qué dirección debían tomar para ir a su casa.
Ana salió del bar, esperando ver a Carlos, pero lo único que encontró fue un bullicio de gente, y un coche de policía que se marchaba con las luces puestas. Pensó que tal vez se lo había pensado mejor y se había marchado.

sábado, 12 de marzo de 2016

Cerveza y cigarro



Silencio. Gente. Alcohol. Drogas. Dame. Toma. ¿Cuánto? Más. Sola. Acompañada. Ruido. Sonrisas. Cerveza. Tabaco. Vicio. Risas. ¿Otra? Toma. Caricias. Control. Descontrol. Desorden. Caos.
Otra noche más, el mismo frenetismo, el mismo vacío. Las mismas sonrisas que ocultan los problemas. La soledad del individuo que oculta su necesidad de comunicarse. Ruido que satura hasta hacerse el silencio.
“¿Una cerveza?” “Claro”. Otra. Y otra. Sabes que no debería. “No importa, juguemos”. ¿Bipolaridad? ¿Dualidad? Sí. No. Silencio. Ruido. Timidez. Lujuria. Recato. ¿Dónde están los límites? “Un juego”. Me gusta. ¿Sí? ¿No? ¿Qué más da? Dulzura. Perversión. Caos. Orden. Ternura. Agresividad. Una mano que sube entre los muslos. Un beso suave en la mejilla. “Sólo quiero un sofá”. “Quiero arrancarte la ropa y follarte por toda la casa”. “Tengo miedo”. “¿Y si te follo aquí mismo?”. Otra cerveza. Otro cigarro. “¿Es la primera?”. “¡Qué lento bebe el cabrón!”. “¿Qué ha pasado?”. “Es un gilipollas”. “¿Qué he hecho?”. “No, no fui yo”. “No quiero hacerte daño”. “No, quiero hacerte daño”. “Cuidado”. “Voy a empotrarte”. Juguemos. Más risas. Si. No. Calla. Grita.
Risas callejeras. Sube la escalera mientras pierdes la ropa. Golpea la espalda contra la puerta. Golpea la suya contra la pared. Araña. Gime. Desgarra. Grita. Contra la encimera. Sobre la mesa. En el suelo. Tíralo todo, no importa. Sangra. Grita.



Silencio. “¿Qué ha pasado?”. Respira. Duerme. Cierras la puerta. Amanece. Ha sido un juego divertido. Servirá.


viernes, 26 de febrero de 2016

Clavos a martillazos

  
Ocultó el ruido que entraba por la ventanilla subiendo la música. Como acostumbraba a hacer, regresaba de la playa, de correr por la arena y nadar hasta quedar sin aliento. El cielo se veía ya iluminado por la contaminación de la ciudad, y el olor cambió, se volvió denso, húmedo y cálido. ¿Y si todo terminase ahora? Me ahorraría tanto que tal vez hasta mereciese la pena… Suspiró de nuevo.

Deja el coche lo suficientemente lejos como para que nadie lo descubra.  Bajó y lo cerró. Glabro, Crinos, Hispo, Lupus. Corre. Las hojas húmedas mojan su pelaje negro. Corre. Llega. Cambia. Su ropa vuelve a estar en su sitio, nada ha cambiado, ¿o sí? Ahora lleva más cosas. Cosas que le hacen sentirse más… completa. De fondo se oyen las voces. Voces amigas. “un juego… el premio será una cerveza…” “toma, bebe”. “Bebe”. Todo da vueltas. Es todo tan agradable. Se aparta un instante del gentío, sus botas desaparecen, y comienza a girar sobre sus pies descalzos. Cae al suelo sobre la hierba. Frena su instinto. Se levanta. Regresa.

Negativas. Cerveza. ¿Miedo? ¿Cómo podía sentir miedo? Cerró los ojos. Negro. Quietud en los latidos. Silencio. Suspira. No podía creer que se hubiese cumplido aquello de lo que le avisaron. Rabia. Maldita rabia. Pero, ¿fue la rabia? ¿o fue ella? Ya nada era como antes y lo sabía. Hacía mucho que había tomado conciencia de ello, que ya nada volvería a ser como antes… Más negativas. Más cerveza. ¿Un beso? Tristeza. Odio. Rabia. Deja de escuchar su entorno. Ya nada importa. Locos que hablan. Locos que piden. Locos que ofrecen. A nadie parece importarle lo que realmente importa. Silencio. Paz. Hora de regresar a casa. ¿A casa? Se ríe. A casa…

Sonríe. Promete. Miente. Caos. Impulsos. Manos que aprietan con fuerza. Azul. Naranja. Rojo. Golpea la encimera. Se apoya contra la pared. Más fuerza. Llegan al suelo. Lo agarra y tira. Lo empuja contra la cama. Muerde. Araña. Vuelve a morder. Caos. Violeta. Negro. Cierra los ojos. Pero el clavo no saca al anterior. Él duerme. Ella se marcha. Ya mañana será otro día. 



Con dos copas de más

Pues ten cuidado, no vayas a ser el siguiente”. Su tono había sonado demasiado sarcástico incluso para ella. Tal vez no debería habérselo dicho, pero era lo que le había ocurrido con la anterior persona que le había dicho que no la abandonaría, y con la anterior, y con la anterior… y con la anterior. Demasiada gente. Demasiados muertos. Demasiados abandonos.

Se recostó sobre el sofá, pensativa. El whisky se mecía en el vaso al compás de los giros que le daba. Sobre la mesa depositó otro. “Con dos copas de más…”. La llama del mechero iluminó su cara al encender un cigarrillo. Aunque aún era de día, se había preocupado de cerrar las cortinas y no quería levantar sospechas encendiendo las luces. Una nube de humo denso se detuvo ante sus ojos. Se mojó los labios con la bebida y pensó en que le habría gustado. Era mucho mejor que la mierda que solía beber. La ultima copa de hoy va por…

Sombra de Lobo se sentía abandonada. De nuevo a su suerteeste valle de desgraciados… ¿Cómo podía ser posible? Sentía su rabia. Su ira. Esa sensación tan frustrante que hacía años que no sentía. Ese dolor que le daba ganas de destruirlo todo. ‘nos la han jugado’. No. No. Nada debió ser así. Nada. Todo salió mal. ¿Y para qué? ¿Para ‘salvar’ a quien no quería ser salvado? Ya podrían haber dejado que se pudriesen allí dentro. Era lo que querían. Y por su culpa ahora tendrían un caballo de Troya. Mentiría. Les engañarían. Les harían creer en... ¿su bondad? Los había sacado pero nunca podría creer en ellos, protegerlos. No, no con tanto odio. Su culpa… Por su culpa… sal en las heridas.

Respiró hondo. Hizo caso a sus propias palabras. ‘Respira’. ¿Cu s una estupidez'. 'a de Lobo, por un instante, volvi Su culpa...ántas veces no se lo habría dicho a alguien? No era posible. Nada tenía sentido. Fue todo tan… absurdo. No podía ser que aquello hubiese terminado así. No podía. No podía ser tan.. triste…

Pero quizás alguien podría arreglarlo… Quizás aún estaban a tiempo. Quizás aún era posible solucionarlo.... Sombra de Lobo, por un instante, volvió a sentirse necia. ‘Es una estupidez’, pensó chasqueando la lengua. Una lágrima recorrió su mejilla. Cambió su copa vacía por la de la mesa. Nadie vendría a bebérsela.

¿Y ahora qué?’ De nuevo se sentía abandonada. De nuevo sola. Como siempre. Dio un buche a la copa… Recuerdo el tiempo en que pisabas donde yo pisaba. No faltan la rabia, las ganas… Respira hondo. Otra lágrima. Otra calada. Otro sorbo. Yo te despido a mi manera… Pierde la mirada en una copa casi vacía. Que el corazón es lo único que se ha roto y ha dejado caras triste observando un pie de foto…

Suelta la copa. Apaga el cigarrillo. Se incorpora. No queda esperanza, se la llevaron consigo, y ahora la caja es una cámara de frío. No tiene nada que demostrar. Se han ido y ya sólo queda seguir adelante. Aquí todo es un desastre te estas perdiendo poca cosa

El ciclo se cierra. El mundo puede irse al carajo… Tenía que seguir adelante. Seguir con su vida, como siempre. Esta vez había aprendido la lección. No lo olvidaría. Nada tenía ya solución y sólo le quedaba hacer lo de siempre, sobrevivir… Con dos copas mas que echo de menos… dos copas de más que saben a veneno…



martes, 23 de febrero de 2016

Malas noticias


Esa era una noche especial. Podía sentir la lluvia sobre su rostro, el aire le reboleaba el pelo, y la bravura de las olas le invitó a quitarse la ropa para adentrarse en el mar. A lo lejos, la tormenta se vislumbraba imponente, llegando a ver los rayos adentrándose en la línea del horizonte. Ese horizonte inalcanzable que siempre le había perseguido. Ese nunca parar porque siempre hay más. Algo en su interior le pedía salir, esa ansia de libertad le hizo nadar con todas sus fuerzas mar a dentro, hasta agotarse. Sintió su cuerpo zarandeado por las olas mientras el agua le golpeaba. Cerró los ojos hasta que sintió la calma, perdiendo la cuenta del tiempo que pasó esperando. Casi podría haberse dormido con el vaivén. Le gustaba el contraste entre el aire frío y el agua caliente.
Había sentido la necesidad de limpiar su cuerpo de esa extraña sensación de ¿culpa? ¿remordimiento? La noticia le había obligado a hacer aquello contra lo que llevaba cuatro años luchando. Un falso sentimiento de culpa le había hecho ir a visitarles, a decirles un último ‘adiós’. Recordó entonces la inexpresividad de Justa Venganza al darle la noticia, y su sorpresa al descubrir que su madre, tras tanto tiempo, había movido un dedo para hacer algo que no fuese irse de compras. Aunque probablemente hubiese una explicación lógica para que estuviese allí. Ella, que nunca había trabajado, y de todas las empresas del mundo, había elegido justamente esa. Olía a gato mojado.
Al caer la noche, Pam había entrado por la Ronda del Litoral, pero a pesar de que su destino estaba próximo a la puerta principal, prefirió dar un rodeo. Aparcó lejos, donde no llamase la atención de los ojos curiosos. Entrar no le resultó difícil a pesar de que el lugar había cerrado a las dos de la tarde. Contaba con no encontrarse a ningún guardia de seguridad. ¿Quién haría una ronda por allí en Nochebuena? Y atravesando los cipreses al fin llegó a Santa Creu. Al otro lado del bloque de hormigón hueco pudo ver su silueta, iluminada por el resplandor del cielo. A su abuela le encantaba aquel ángel yacente. Tras más de doce horas de camino, al fin había llegado al panteón que tanto le gustaba a su abuela, y en el que pasaron tantas horas leyendo sobre sus escalones. Se dejó caer en un rincón del mismo, apoyada sobre una de sus columnas. El suelo aún estaba húmedo. La lluvia de los días anteriores habían dejado el cielo limpio, y se podían ver un sinfín de estrellas, aunque a lo lejos, más allá de la costa, se podía ver la tormenta sobre el mar.
 
Recordó la historia que le solía contar su abuela. Cuando era joven se enamoró de un muchacho, y se escondían allí durante horas, mirando el cielo y hablando del futuro, y que algún día descansarían allí juntos para siempre. Pero el padre de su abuela le obligó a casarse con otro hombre, mayor que ella. Su abuela trató de fugarse junto a su amado, pero la noche que lo habían planeado, él no apareció. Su padre le dijo que el joven había preferido coger el dinero que le ofreció antes que quedarse con ella. Por lo que, resignada, se casó con su prometido. Años después, tras la muerte de su padre, su madre le confesó que éste había pagado para que “le hiciesen desaparecer”.
Decidida se incorporó y se acercó a la puerta. La cerradura era antigua, pero el mecanismo de hierro parecía mantenerse intacto tras más de un siglo. La abrió con cuidado. Un fuerte chirrido resonó contra la pared de lápidas. Encendió la linterna y bajó las escaleras. Unos pocos escalones, altos y estrechos, daban a una galería en forma de ele. Colocó la luz de forma que rebotase en las paredes, dándole la luz suficiente para poder encontrar las cenizas de su abuela. Una pequeña urna sobre un pedestal con su nombre le confirmó que la había encontrado. Debajo se encontraban las de sus padres. Se sentó en el suelo, a los pies del muro en cuyos huecos se encontraban los restos de su familia. Tras unos instantes en silencio, suspiró.
Hola Tata. Al final he venido. Aunque parece que ellos han llegado antes que yo. Esta vez no han sido los últimos . Sus frases eran pausadas. Tenía tantas cosas en la cabeza que no sabía ni por dónde empezar . Me la has liado bien, ¿eh, Tata? Me hiciste creer que me confiabas tu más preciado bien y al final ha resultado más una condena que un legado… Y encima, ¿para qué dejarme las instrucciones, no? Si era mucho más interesante que lo descubriese por mi misma… tú siempre con tus acertijos… Sólo que puede que esta vez este me mate… Pero bueno, no he venido a echarte nada en cara… He venido a contarte qué tal me va sin ti… Y me va mal… o bien, según cómo quieras verlo… Porque al final sí que tenías razón, he encontrado a gente que me entiende, o al menos eso me gusta pensar… ya sabes cómo soy… Se supone que me quieren como soy porque ellos también llevan máscaras, también son personas… Porque también piensan diferente. Pero no sé, no me termino de creer que sea capaz de encajar, aunque he encontrado una nueva familia, personas con las que… “conecto”. Aunque seguro que eso ya lo sabías… Seguro que tú sabías que eso ocurriría tarde o temprano. Seguro que sabías que había más como yo, y probablemente más como tú. Aunque quizá no tuviste tiempo de contármelo, o simplemente no te atreviste, o no lo viste necesario… Pero tenías que saberlo. Seguro que por eso me alejaste de… ellos dijo desviando la mirada hacia los huecos inferiores. Silencio. . Pero también conocí a alguien. Alguien en quien confié. Alguien que me hizo albergar esperanza. Alguien que me traicionó y me hizo sentir necia. ¿Sabes? Su tono se tornó brusco . Me habría encantado presentártelo, te habría encantado. Era todo lo que querías para mí. Me salvó, me enseñó, me quiso… Silencio . Y me abandonó. Creí que había muerto, pero no, fue peor, me engañó haciéndome creer que murió. Pero no, no me enteré por él, me enteré por otra. Por otra que a la primera ocasión me utilizó, y me hizo perder la esperanza de nuevo. Pero ellos luego me demostraron que eso no era cierto. Me demostraron que aún quedaba un poco. Porque siempre queda aunque no se vea, aunque sea pequeña. Esa pequeña mota que siempre crece… y me vuelve a hacer sentir necia… Y después llegó el caos, la ira, el desasosiego… y la culpa. Y la muy maldita me trajo hasta aquí. Pero no debí venir dijo incorporándose . Debí quedarme allí con los míos, porque ahora aquí no me queda nada, y allí, bueno, tengo algo pendiente, algo que gracias a ti probablemente me lleve a… Pam recogió la linterna y subió la empinada escalera en silencio. Su viaje nunca había tenido sentido, sabía que sus palabras no tendrían respuesta, y hablarle a un tarro de cenizas no le aportaba más que lástima por sí misma. Estaba cansada de perder el tiempo y aún le quedaba un largo viaje de regreso.

Corre


Pam conducía pensativa. El coche que había cogido tiraba bastante bien, y había puesto la música al máximo. El aire que entraba por la ventanilla le golpeaba la cara con fuerza. Si alguien le hubiese preguntado en aquel momento, habría contestado que era un lagrimeo tonto por ir a 150 con la ventanilla bajada, pero no era cierto. “¿Qué haces aquí? No tienes por qué venir. Vete”. Menuda mierda de últimas palabras. Ella ni siquiera le respondió, sólo se encogió de hombros. Maldita caja. Cómo decirle que iba por él, como siempre que se metía en algún fregao. Total, ¿quién iba a creerle? Si no se creía ni ella. 170. Se enciende un cigarrillo. Rafael le habría dicho que estaba loca, y ella le habría sonreído, pero esta vez no tenía ganas ni de eso. No sentía rabia. Ni pena. No sentía nada. Había enganchado la autovía, y en ese momento no había nada que le importase.

“El plan”. Ese caos al que habían llamado plan. No le gustó nada de lo que oyó antes de entrar en aquel edificio. Con lo poco que le gustaban los hospitales de por sí. Le recordaban a todas esas veces que había tenido que ir de pequeña. “Entra y nos informas”. Claro, porque eso tenía mucha lógica en una trampa del Wyrm, seguro. Y como era de esperar, el ‘cambia pieles’ volvió a hacerse pasar por ella. Le vio cogerle el comunicador y hablar con los suyos. “Un día de estos debería hablar con él”, pensó recordando al cuervo de la ventana. El dolor de Tecnovirus le obligó a cambiar sus planes, ya no podría seguir oculta, no pudo reprimir el impulso de ponerlo a salvo. Y corrió. No le importaban los peligros ni ser descubierta, sólo corrió. Al llegar al recibidor del hospital le vio tumbado en el suelo, y aunque sabía que continuaba con vida, se temió lo peor. Le enganchó con fuerza y continuó corriendo mientras gritaba “¡Cambiapieles! ¡Vámonos!”. Estaban desorganizados, necesitaban un plan y no suicidarse en la entrada de un hospital, a la vista de todos. Pero en ese momento algo dentro de sí se rompió. Su hermano había caído, y la ira la dominó. Paró en seco, y mientras cambiaba a la forma más brutal, corrió hacia la bestia. Le golpeó con el puño en el pecho. El tiempo pareció no pasar. Sintió la hermandad, la unidad, mientras destrozaban al monstruo que les había robado al más glorioso de sus hermanos. Silencio. Tras la batalla el mundo de la manada enmudeció. Pero había que actuar rápido, y más compañeros podían estar en peligro, el ‘cambia pieles’ no estaría solo, al igual que no lo estaba en la Pelli. Al subir las escaleras encontraron sangre. Demasiada sangre. Y al volver la esquina, estaba él tendido en el suelo, sin vida. Pero había que terminar la misión. Nada habría merecido la pena si no la concluían, ya habría tiempo de lamentaciones.

A penas llevaba media hora al volante, se aburrió de aquella quietud. Un letrero le invitó a desviarse. El mar no debía estar lejos. Si se esforzaba, casi podía olerlo. Disminuyó la velocidad. “¿Scorpions? ¿En serio? Eso debe ser coña…”. Siguiente canción. Le había pedido a Tecnovirus que se hiciese cargo, que “ahora volvía”. Sweet Dream. “Necesito un pen…”. La música le había distraído. “Céntrate”, pensó. Ya no había luna, y a través del parabrisas sólo había oscuridad, y árboles. Con lo poco que le gustaban los árboles. Pero aquello no le llenaba. Paró el coche en un camino de tierra. Apagó las luces y se bajó. Glabro. Crino. Hispo. Lupus. Corre. Atraviesa el pinar. Arena. Agua. Sal. Océano. Su pelaje se moja. Homínido. Flota. Ya no se mueve. Ya no huye. Ha llegado. Silencio. Paz.

Al fin llegaron a la séptima planta. Un largo pasillo le mostraba una imagen que le erizó el pelo de la nuca, y una puerta abierta. Cuidado. Dos personas. Había que sacarlos, y su manada lo haría. Tecnovirus y ella se adentraron, pero Ley Binaria y Rabia Amarga no les siguieron. ¿Protegían la salida o quizás les habían abandonado para adentrarse en una nueva batalla? La misión. Lo importante era sacar a la parentela. Ya habría tiempo para hacer preguntas. Debía confiar. Él le preguntó. Ella mintió, como siempre hace. ¿Quién se creería que ella le seguiría? Si no se lo creía ni ella. Ni aunque Pam fuese la última Camada de Fenris, Espina no le seguiría a ninguna parte. ¿Realmente le habría creído aquel extraño?

Salen de la sala. Los cuatro. “Los tengo, vámonos”. Ahora sí. Misión cumplida. Sólo queda salir de allí. Se abre el ascensor. Tecnovirus empuja la camilla. Esa cosa no cambiará de momento. Al menos habrá tiempo de conseguir más. “Baja con él, tengo algo que hacer”. Pam baja por las escaleras. Le encuentra. Seguro que el otro acabó muy mal, demasiada sangre sin cuerpo más allá. Está convencida de que fue una batalla gloriosa. Lo carga. Continúa bajando. Se encuentra con su hermano, mientras le esperaba ha cogido al caído. Una ambulancia. Todos dentro. Marchan a un lugar seguro. Lejos, muy lejos. Donde nadie pueda verlos.

Una ola choca contra su cara. La activa. No puede tardar. Prometió que volvería pronto. Aun tiene algo pendiente. Algo que terminar. Algo que cumplir. Regresa a la orilla. Lupus. Corre. Llega al coche. Ya está seca. Arranca. Primera. Segunda. Tercera. Cuarta. Quinta. Sexta. Autovía. 170. No tarda mucho en ver las luces de Bollullos. Cartel de salida. 300 metros. 200. 100. Entra. Aparca antes de llegar a las luces. Baja del coche. Nadie la ve. Glabro. Crino. Hispo. Lupus. Y corre. Corre campo a través como si no hubiese un mañana porque realmente no le importa que no lo haya. Puede sentir el aire en todo su pelaje. El suelo bajo sus patas. Nadie puede olerle y sólo es una sombra en una noche sin luna. Siente que algo vuela cerca de ella. Oye un graznido. A lo lejos, el polígono donde aparcó la ambulancia, con él, con ellos. Homínido. No importa, nadie puede verla. Coge el teléfono que alguien se había dejado en el coche. Marca un número que odia. Comienza a haber luz.
Viento Glauco Su voz suena seca, casi hiriente —, mueve tu culo al Pibo, tenemos que hablar —. Ya no queda nada en la caja, y Sombra de Lobo ha dejado de sentirse necia.
e habría creído aquel exrtaño?+nris, Espina le seguiría a ninguna parte. . Debía confiar. Él le preguntó. Ella mintió. como ara