Al empujar la puerta de cristal con fuerza
dio un pequeño traspié. Hacía tiempo que no usaba los tacones, y aún no se había
acostumbrado al equilibrio que tenía que hacer con ellos, y el bolso pareció
molestarle al quedarse enganchado al pomo. El frenar de la poca inercia que le
quedaba esa noche le hizo recordar el cansancio que llevaba acarreando algunos
días.
Algo asomaba por la rendija del buzón, y
se acercó a mirarlo de cerca. Parecía un papel doblado. No ponía su nombre pero
estaba escrito a mano. Lo leyó detenidamente antes de chasquear la lengua. Aunque
quien lo había redactado pretendía dirigirse a ella, se notaba que no era más que
una nota genérica de alguien que no debía tener un ordenador ni dinero para
fotocopias, aunque quizás, pensó, se tratase de algún tipo de intento de
campaña de marketing, buscando hacer sentir especial a quien lo leyese,
haciéndole creer que se trataba de una carta hacia esa persona en concreto. Se
detuvo en una línea, “te estamos esperando”. Había estado pretermitiendo las
incoherencias gramaticales, y poniendo comas donde no las había, pero a mitad
de la carta, ya se había aburrido de leer un texto escrito por alguien que lo
más probable es que ni siquiera se hubiese leído la Biblia a la que tanto
mencionaba. Al leer “volveremos mañana a buscarte”, no puedo evitar una risa
socarrona. Ya podrían llamar cuanto quisiesen, que no iba a molestarse en salir
de la cama para escuchar a un mojigato vendiéndole mierda.
Abrió la puerta del ascensor. Aunque solía
subir por las escaleras, no tenía ganas de subir las siete plantas, estaba
demasiado cansada y sólo quería quitarse la ropa y tirarse en la cama. La pared
del fondo tenía un enorme espejo, y apoyada en un lateral se escrutó
minuciosamente mientras la luz parpadeaba. Había salido a la calle antes de la lluvia, y ahora se sentía
un gato mojado. Volviendo a casa había llovido tanto que se le había calado la
ropa, traspasándole incluso la cazadora, comprobando al abrirla que también tenía
mojada la camiseta medio transparente que dejaba entrever su sujetador. Al
apretar la minifalda pudo sentir el agua recorrer su muslo hasta adentrarse
dentro de la bota. Sí, definitivamente estaba empapada… El pelo también le
goteaba, y su rostro estaba completamente mojado, alegrándose de usar poco
maquillaje. Lo único que había resistido toda la noche había sido el
pintalabios rojo.
Un movimiento brusco fue la señal de que ya
había llegado a su planta. Empujó la puerta con fuerza mientras preparaba la
llave del piso, y tras un “clack” sordo se abrió la puerta. La luz estaba
encendida, aunque recordaba haberla dejado apagada. Recolocó las llaves en su
mano y se preparó para dar el primer golpe, el de la “sorpresa”.
―Hola, ya no sabía si volverías hoy.