sábado, 26 de enero de 2013

La traición no es una opción

 
La atmósfera de la calle Aire se tornó rancia aquel viernes de madrugada cuando la rosa se incorporó contemplando a sus pies a la traidora.

No se consideraba culpable de aquella muerte, realmente no eran sus manos las que estaban manchadas de sangre. Esa escoria se lo había ganado a pulso. Pero aun así reconoció que desde un principio le había cautivado la idea de ver servida su venganza.

Disfrutó al ver truncada la esperanza de aquella que se creía libre. La pobre ilusa ahora se encontraba con la cabeza abierta a sus pies. La pelea había sido intensa. Por un instante la rosa se había sentido acorralada por la que parecía una presa fácil. No había considerado la posibilidad de que se opusiera con tanta resistencia a su final. Antes de salir había pensado que no le supondría demasiado esfuerzo, pero finalmente se alegró de haber llevado consigo una salvaguarda. Un as que no había dudado en cumplir su cometido. Era consciente de que debería haberlo hecho ella misma, pero el fuerte golpe recibido contra la pared no entraba en sus planes. Se sintió aturdida.

Desde el final de la calle otra rosa las contemplaba. Esta no había visto la duda en los ojos de su compañera durante la batalla, pero al verla desplomarse supo que era su obligación ayudarla, terminando así lo que empezaron juntas. No vaciló. Disparó su arma y vio caer al suelo a aquella traidora. La sangre salpicó los zapatos de su cómplice mientras torpemente se incorporaba. Por un instante pudo ver el brillo en sus ojos antes de desaparecer. Sabía que aquel acontecimiento no debía ser mencionado o ambas rosas serían castigadas a pesar de que solo una hubiese acabado con la no vida de aquella escoria. Ese mal bicho los había traicionado y debía pagarlo.

Desde la esquina de la calle Mármoles contemplaba la escena una cuarta rosa, la más inocente de todas. Los pocos minutos que duró todo le habían infundido un pánico atroz. No por la falta de humanidad de la pelea, sino por ver cómo las rosas que debían protegerse se habían enzarzado con tal violencia. La pequeña rosa creía que un Clan era como una familia, y los Toreadores deberían estar siempre unidos y no atacarse los unos a los otros. No era realmente su madre, el primogénito se la había impuesto. Sabía perfectamente que para ella tan solo era la muñeca protagonista de sus más escabrosas fantasías, pero aun así le aterró ver cómo resistió golpe tras golpe para finalmente morir como un perro callejero

A la media noche del viernes, horas antes de aquella inquietante escena, el Clan se había reunido para tratar dónde, cómo y cuándo sería el baile de máscaras que celebrarían en honor al Príncipe. Pero lamentablemente no fue el único tema que asaltaron.

Aquella rosa traidora, que a cada noche que pasaba escribía su nombre con sangre en la lista de non gratos de algún nuevo vástago, había llegado a la ciudad representando a la pobre mosquita muerta carente de valor. Sin embargo, sus actos hicieron que poco a poco contase con más enemigos que aliados, ya no solo por las traiciones y mentiras, sino por su carácter pusilánime combinado con su falta de respeto hacia los demás. Y eso era algo que ningún vástago estaba dispuesto a tolerar.

La reunión había comenzado sin ninguna peculiaridad, pero concluidos los temas principales, la rosa podrida del jardín quiso presumir de tener a sus pies a un importante primogénito. Su propia incoherencia y vanidad sacaron de quicio a quienes la rodeaban, haciendo sentir vergüenza a la más dulce de las rosas y ansia de venganza a la más vengativa de sus espinas.

La reunión quedó zanjada con volver a encontrarse el lunes para dar a conocer las soluciones planteadas a los enigmas abiertos con respecto al baile.

Al fin llegó la madrugada del lunes y las rosas volvieron a verse los rostros. Prácticamente estaba todo resuelto, pero Luciano había querido ver de nuevo al resto del Clan para atar los últimos hilos que pudiesen quedar sueltos. Todos parecían haber olvidado lo ocurrido dos noches antes cuando Innocenza preguntó extrañada por la ausencia de la traidora. Nadie parecía saber nada, pero en su interior sentían la tensión de su propio silencio. Aunque no fuera santa de devoción de ningún vástago el secreto no debía desvelarse.

—¿Seguro que no sabes nada, Victoria? —Dante abandonó su silencio, torciendo su rostro y con una mirada inquisidora contempló a la niña.
—¿Nada? ¿De qué? —Victoria volvió a sentir aquel terror que la había paralizado noches antes, sabía que debía callar, pero Dante la aterraba.
—¿Y tú, Rosanera, también vas a negar lo que todos sabemos? —Esta vez, Dante fijó su fría mirada en ella, podía sentir como la ira que días atrás sentía ahora se había desvanecido.
—No tengo nada que contarle a las rosas, señor. —Su mirada se había mantenido tan gélida como su corazón.
—Sé bien… —prosiguió Dante —que ocultáis algo, algo… importante… Algo que tal vez deberíais compartir con el resto. Quizás así os sintáis liberada.

El corazón de Rosanera tal vez se habría encogido si pudiese mover la sangre muerta de su cuerpo, pero aún así, se mostró tranquila. No tenía nada por lo que temer, a fin de cuentas, no había nada que quisiese decir.

—¿Estáis seguros de que nadie quiere contar qué ocurrió en la calle Aire tras nuestro último encuentro? —Dante continuaba con el tono serio y pausado al que ya tenía acostumbrados a los vástagos de la reunión mientras los contemplaba. Ya no miraba solo a Rosanera sino que centraba su rostro inmóvil en cada uno de los Toreadores de la reunión.

—¿Acaso, ninguno quiere contar cómo fue emboscada la rosa que hoy no nos acompaña mientras la niña miraba? ¿Cómo fue el duelo y cómo concluyó? —Dante continuaba hierático. El silencio en la sala era aún más gélido. Sabían que no podrían ocultar nada a Dante, sin embargo, nadie quiso pronunciar palabra —.Bien, entonces, callad. No hablaremos de ello, pero como ya dije, no seré responsable de vuestros actos. No os protegeré. No seré cómplice de vuestros pecados, pero cuando el alguacil os de castigo, confío en que no me supliquéis. —Tras estas últimas palabras, Dante se levantó de su sillón y se marchó, no sin antes mirar por última vez a Victoria, que cabizbaja contenía con terror el sentimiento de culpa que la llevaba acompañando aquellas dos noches.

Innocenza sintió miedo en aquel instante, sabía que aunque no hubiese participado del secreto, sería castigada por igual. Aunque no podía confiar en la lealtad de su Clan, sabía que podría contar con la defensa de su cuadrilla. Impaciente, sacó su viejo y roto reloj de plata del bolso, las inscripciones de Wonderland la embelesaron unos instantes, apresurada lo abrió simulando ver la hora, hacía ya demasiado tiempo que marcaba la misma hora, pero no pareció importarle demasiado. Se exculpó enérgicamente defendiendo llegar tarde a una reunión importante, mientras se levantaba del estrecho sofá en el que se encontraba reclinada. El resto de vástagos la contemplaron incrédulos, les hizo desconfiar más aún de ella. Hacía tiempo que sospechaban de su lealtad y este tipo de gestos no eran bien recibidos en el Clan.

Luciano había convocado la reunión, por lo que al presentir la estampida de rosas, prefirió darla por finalizada, prometiendo contactar cuando fuese necesario con cada una de ellas. Antes de marcharse, una de las rosas le tocó el brazo a su cómplice con aristocrática sutileza mientras le susurraba “La traición no es una opción en el jardín”.

Con esta última frase, la rosa despertó sobresaltada, tal vez su subconsciente la traicionaba. Sabía que no debía consentir que sus ansias de venganza la obligaran a llevar a cabo sus más oscuros impulsos, sin embargo, aquella necesidad de sangre a cada noche que pasaba se le volvía más intensa. Entonces, lo que podría haber parecido un escalofrío recorrió su inerte cuerpo. Tal vez llevando a cabo sus sueños, estos concluyeran.