La atmósfera de la calle Aire se tornó rancia aquel
viernes de madrugada cuando la rosa se incorporó contemplando a sus pies a la
traidora.
No se consideraba culpable de aquella muerte,
realmente no eran sus manos las que estaban manchadas de sangre. Esa escoria se
lo había ganado a pulso. Pero aun así reconoció que desde un principio le había
cautivado la idea de ver servida su venganza.
Disfrutó al ver truncada la esperanza de aquella que
se creía libre. La pobre ilusa ahora se encontraba con la cabeza abierta a sus
pies. La pelea había sido intensa. Por un instante la rosa se había sentido
acorralada por la que parecía una presa fácil. No había considerado la
posibilidad de que se opusiera con tanta resistencia a su final. Antes de salir
había pensado que no le supondría demasiado esfuerzo, pero finalmente se alegró
de haber llevado consigo una salvaguarda. Un as que no había dudado en cumplir
su cometido. Era consciente de que debería haberlo hecho ella misma, pero el
fuerte golpe recibido contra la pared no entraba en sus planes. Se sintió
aturdida.
Desde el final de la calle otra rosa las
contemplaba. Esta no había visto la duda en los ojos de su compañera durante la
batalla, pero al verla desplomarse supo que era su obligación ayudarla,
terminando así lo que empezaron juntas. No vaciló. Disparó su arma y vio caer
al suelo a aquella traidora. La sangre salpicó los zapatos de su cómplice
mientras torpemente se incorporaba. Por un instante pudo ver el brillo en sus
ojos antes de desaparecer. Sabía que aquel acontecimiento no debía ser
mencionado o ambas rosas serían castigadas a pesar de que solo una hubiese
acabado con la no vida de aquella escoria. Ese mal bicho los había traicionado
y debía pagarlo.
Desde la esquina de la calle Mármoles contemplaba la
escena una cuarta rosa, la más inocente de todas. Los pocos minutos que duró
todo le habían infundido un pánico atroz. No por la falta de humanidad de la
pelea, sino por ver cómo las rosas que debían protegerse se habían enzarzado
con tal violencia. La pequeña rosa creía que un Clan era como una familia, y
los Toreadores deberían estar siempre unidos y no atacarse los unos a los
otros. No era realmente su madre, el primogénito se la había impuesto. Sabía
perfectamente que para ella tan solo era la muñeca protagonista de sus más
escabrosas fantasías, pero aun así le aterró ver cómo resistió golpe tras golpe
para finalmente morir como un perro callejero
A la media noche del viernes, horas antes de aquella
inquietante escena, el Clan se había reunido para tratar dónde, cómo y cuándo
sería el baile de máscaras que celebrarían en honor al Príncipe. Pero
lamentablemente no fue el único tema que asaltaron.
Aquella rosa traidora, que a cada noche que pasaba
escribía su nombre con sangre en la lista de non gratos de algún nuevo vástago,
había llegado a la ciudad representando a la pobre mosquita muerta carente de
valor. Sin embargo, sus actos hicieron que poco a poco contase con más enemigos
que aliados, ya no solo por las traiciones y mentiras, sino por su carácter
pusilánime combinado con su falta de respeto hacia los demás. Y eso era algo
que ningún vástago estaba dispuesto a tolerar.
La reunión había comenzado sin ninguna peculiaridad,
pero concluidos los temas principales, la rosa podrida del jardín quiso presumir
de tener a sus pies a un importante primogénito. Su propia incoherencia y
vanidad sacaron de quicio a quienes la rodeaban, haciendo sentir vergüenza a la
más dulce de las rosas y ansia de venganza a la más vengativa de sus espinas.
La reunión quedó zanjada con volver a encontrarse el
lunes para dar a conocer las soluciones planteadas a los enigmas abiertos con
respecto al baile.
Al fin llegó la madrugada del lunes y las rosas
volvieron a verse los rostros. Prácticamente estaba todo resuelto, pero Luciano
había querido ver de nuevo al resto del Clan para atar los últimos hilos que
pudiesen quedar sueltos. Todos parecían haber olvidado lo ocurrido dos noches
antes cuando Innocenza preguntó extrañada por la ausencia de la traidora. Nadie
parecía saber nada, pero en su interior sentían la tensión de su propio
silencio. Aunque no fuera santa de devoción de ningún vástago el secreto no
debía desvelarse.
—¿Seguro que no sabes nada,
Victoria? —Dante abandonó su silencio, torciendo su rostro y con una mirada inquisidora
contempló a la niña.
—¿Nada? ¿De qué? —Victoria
volvió a sentir aquel terror que la había paralizado noches antes, sabía que
debía callar, pero Dante la aterraba.
—¿Y tú, Rosanera, también
vas a negar lo que todos sabemos? —Esta vez, Dante fijó su fría mirada en ella,
podía sentir como la ira que días atrás sentía ahora se había desvanecido.
—No tengo nada que contarle
a las rosas, señor. —Su mirada se había mantenido tan gélida como su corazón.
—Sé bien… —prosiguió Dante
—que ocultáis algo, algo… importante… Algo que tal vez deberíais compartir con
el resto. Quizás así os sintáis liberada.
El corazón de Rosanera
tal vez se habría encogido si pudiese mover la sangre muerta de su cuerpo, pero
aún así, se mostró tranquila. No tenía nada por lo que temer, a fin de cuentas,
no había nada que quisiese decir.
—¿Estáis seguros de que
nadie quiere contar qué ocurrió en la calle Aire tras nuestro último encuentro?
—Dante continuaba con el tono serio y pausado al que ya tenía acostumbrados a
los vástagos de la reunión mientras los contemplaba. Ya no miraba solo a
Rosanera sino que centraba su rostro inmóvil en cada uno de los Toreadores de
la reunión.
—¿Acaso, ninguno quiere
contar cómo fue emboscada la rosa que hoy no nos acompaña mientras la niña
miraba? ¿Cómo fue el duelo y cómo concluyó? —Dante continuaba hierático. El
silencio en la sala era aún más gélido. Sabían que no podrían ocultar nada a
Dante, sin embargo, nadie quiso pronunciar palabra —.Bien, entonces, callad. No
hablaremos de ello, pero como ya dije, no seré responsable de vuestros actos.
No os protegeré. No seré cómplice de vuestros pecados, pero cuando el alguacil
os de castigo, confío en que no me supliquéis. —Tras estas últimas palabras,
Dante se levantó de su sillón y se marchó, no sin antes mirar por última vez a
Victoria, que cabizbaja contenía con terror el sentimiento de culpa que la
llevaba acompañando aquellas dos noches.
Innocenza sintió miedo en aquel instante, sabía que
aunque no hubiese participado del secreto, sería castigada por igual. Aunque no
podía confiar en la lealtad de su Clan, sabía que podría contar con la defensa
de su cuadrilla. Impaciente, sacó su viejo y roto reloj de plata del bolso, las
inscripciones de Wonderland la embelesaron unos instantes, apresurada lo abrió
simulando ver la hora, hacía ya demasiado tiempo que marcaba la misma hora,
pero no pareció importarle demasiado. Se exculpó enérgicamente defendiendo
llegar tarde a una reunión importante, mientras se levantaba del estrecho sofá
en el que se encontraba reclinada. El resto de vástagos la contemplaron
incrédulos, les hizo desconfiar más aún de ella. Hacía tiempo que sospechaban
de su lealtad y este tipo de gestos no eran bien recibidos en el Clan.
Luciano había convocado la reunión, por lo que al
presentir la estampida de rosas, prefirió darla por finalizada, prometiendo
contactar cuando fuese necesario con cada una de ellas. Antes de marcharse, una
de las rosas le tocó el brazo a su cómplice con aristocrática sutileza mientras
le susurraba “La traición no es una opción en el jardín”.
Con esta última frase, la rosa despertó
sobresaltada, tal vez su subconsciente la traicionaba. Sabía que no debía
consentir que sus ansias de venganza la obligaran a llevar a cabo sus más
oscuros impulsos, sin embargo, aquella necesidad de sangre a cada noche que
pasaba se le volvía más intensa. Entonces, lo que podría haber parecido un
escalofrío recorrió su inerte cuerpo. Tal vez llevando a cabo sus sueños, estos
concluyeran.