Con esta confusa sensación de no tener claro si este viaje a servido
para algo vuelvo de nuevo a Sevilla. Desasosiego. Quizás salí el jueves con
demasiadas expectativas, aunque tampoco sé de qué me extraño a estas alturas,
el sábado se cumplió un año desde que busco a Armand. Supongo que tenía la
esperanza de encontrarlo allí.
El miércoles tuvimos una reunión de clan que se alargó más de lo
esperado. Tenía apalabrado un vuelo que tuve que retrasar a la noche siguiente.
Aún así, no me disgustó, no lo vi como una noche perdida. Descubrí varias cosas
que me sorprendieron, entre ellas, una traición. Elisabeth, quien creía aliada,
resultó ocultar más cosas de las esperadas. ¿Cómo podía albergar en mi
propiedad a su Sire? ¿Cómo había sido capaz de esconder allí a un ser tan
repudiado e infame? No sólo me había traicionado a mi, también había
traicionado a la camarilla. Había dado cobijo a un vástago manipulador que no
había dudado en engañar a sus propios hijos, algo que traerá consecuencias.
Cuando llegue a Sevilla, lo primero que haré será notificarle que ha de
abandonar mi propiedad de inmediato. Sólo espero que su mierda no me salpique.
No le debo nada y creo será mejor que siga siendo así.
Al caer la noche del jueves partí hacia Madrid. Hacía veintiséis años
desde la última vez que estuve allí. Entonces desconocía que perteneciera al
Sabbat, y Dante se encargó de recordármelo la noche anterior. Tenía varios
asuntos mortales que cerrar, algunos negocios que necesitaban de mi presencia y
a pesar de saber que tal vez me trajera algún que otro encontronazo con el
primogénito, necesitaba acudir a mis citas. Además, no tenían que ver con otros
vástagos y mucho menos con el Sabbat.
De la primera cena he de reconocer que quedé bastante satisfecha de
los resultados. La segunda, sin embargo, faltó poco para que me pudieran mis
impulsos. ¿Cómo se podía ser tan necio como para querer venderme a mi una
falsificación? ¿En qué estaría pensando aquel inútil mortal? La tercera noche
fue mía. Esa noche se cumplía un año desde que Armand desapareció. No sé por
qué algo en mi interior me decía que estaría cerca.
En torno a las nueve de la noche recibí una llamada, era Sara, me dijo
que había oído que estaba por la ciudad y que al hacer mucho tiempo que no nos
veíamos tendríamos muchos asuntos de los que ponernos al día, quería que me
pasase por su fiesta en una sala que tenía junto a Gran Vía. Estaba a un par de
manzanas de mi ático, nada me impedía acercarme. Le pregunté si sabía algo de
Armand. Silencio. Sentí con la misma intensidad la ilusión que el miedo. Me
propuso que estuviera allí sobre las dos y media, y colgó el teléfono. ¡Tal vez
supiera algo! Pero entonces ¿por qué tanto secretismo? ¿tendría miedo? ¿de qué?
Llegué puntual a la puerta. La entrada parecía de la un antro
cualquiera. La cola llegaba casi hasta el final de la calle Mesoneros Romanos,
se veía a la muchedumbre desde la Gran Vía. Prometía estar abarrotado. El
portero, un vástago de casi metro noventa, no dejaba de mirarme conforme me acercaba.
Contemplé durante algunos segundos aquella escena antes de dirigirme hacia la
puerta. El vástago apartó a unos críos que entorpecían la entrada para que yo
pasase. Sentí la mirada de todos depositada en mi. Al entrar, me encontré una
escalera que bajaba. Estaba llena de mortales que a mi paso enmudecían mientras
me miraban. Al fin llegué al sótano. Era una sala amplia, oscura pero llena de
lámparas de luz negra. En el extremo contrario se encontraba Sara, rodeada de
Ghuls que parecían ebrios. Siempre le ha encantado compartir su sangre con la
comida. A mi paso se fue abriendo un pasillo. Llegué hasta ella. Siempre ha
sabido que detesto el contacto, sin embargo, nunca evita darme un beso mientras
me abraza. Su efusividad me enferma pero los ciento cincuenta y tres años que
me saca hacen que no deba evitarlo. Me invitó a sentarme mientras me ofrecía a
una humana que me avergonzaba ¿qué hacía a una mortal llevar tan poca ropa en
invierno? Parecía que su único deseo era el de enseñar más carne de la que escondía
aquel pequeño trapo. Aún no me había dado tiempo de sentarme cuando ya tenía
una copa de cero negativo en una mano y el cuello de la humana junto a la cara.
¿Cómo podía tener tan poca clase aquel saco de huesos? Sara se sentó junto a
mi. Aún no había abierto la boca. Volví a preguntarle "¿Sabes algo
de Armand?". Silencio. No me contestaba, olí su miedo. Agachó la mirada
mientras me decía "He oído que lo buscan, ¿sabes ya qué robó en
Manhattan?". No me dio tiempo a contestarle. A penas llevaba unos minutos
en aquel sótano cuando me volvió una sensación casi olvidada. Sabía que había
llegado pero no lo veía. En mi cabeza oí "No deberías estar aquí. Vuelve a
Sevilla, aquí quieren volver a cazarte. ¡Vete!". Me sentí obligada a
marcharme a pesar de saber que le había encontrado. ¿Por qué me hizo marcharme
sin verle? ¿Por qué me avisaba para que huyese en vez de pelear junto a mi? Al
menos confirmé que sigue vivo...
Me marché de la sala buscándolo con la mirada, pero nada, no fui capaz
de verlo. Sara debe saber mucho más de lo que aparenta, ¿la habrán obligado a
callar? ¿Armand me estaría avisando sobre ella o hay alguien más que me
estuviera siguiendo? Caminé por la Gran Vía, debía recoger algo de mi ático
antes de marcharme. Hice una llamada, volvería antes de lo previsto y debía
preparar el transporte. No era seguro andar por allí mucho más tiempo y menos
si es cierto lo que dijo Dante sobre la caza de sangre...