miércoles, 20 de noviembre de 2013

Un, dos, tres. Un, dos, tres.

RosaneraRosanera continuaba balanceando la cadena como horas antes había sacudido con rabia. Un, dos, tres. Enrolla la cadena de la que pendula el silbato de Cleo en su mano hacia una dirección. Lo agarra con fuerza. Una, dos, tres vueltas. Lo enrolla en la contraria. Lo vuelve a agarrar.

—Casi no recuerdo la última vez que estuve tan cansada. Esta pesadez. Tanto esfuerzo por mantenerme despierta… —Un, dos, tres. Un dos tres. Abre la mano mirando el contenido —“Metropolitan Police”, no se cuántas veces lo habré leído ya esta noche. —murmura. Silencio. Silencio incluso en sus pensamientos. Le cuesta tanto dejar de mirar el silbato. Es tan hermoso. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Esta vez deja el puño cerrado. Contempla el sello de Armand en de su dedo índice. Por un momento le asalta el recuerdo de Luziano entregándoselo. Gira el puño. Fija la mirada en el anillo de su dedo anular, el que le regaló Luziano. Vuelve a perder la noción del tiempo. El sueño le ayuda a dejar de observarlo. Un, dos, tres. Un, dos, tres. —Tres vueltas. Tres objetos apreciados... Demasiados acontecimientos para una sola noche. Horas antes me sentía tan despierta, dispuesta a cualquier cosa, y en cambio ahora… —Un, dos, tres. Un dos, tres. Algo se le cae de la otra mano. —Es cierto, la carta que me entregó Paola. Aún no tengo fuerzas para leerla. Sangre de mi sangre. Más sangre... Ya a penas me queda sangre que perder. Y más sangre que ni sé dónde se encuentra. —Silencio. Un, dos, tres. Un, dos, tres. —Mierda. Se me ha vuelto a caer. Otra vez. Ya es la tercera esta noche que se me cae. —Recoge el silbato del suelo. Hace frío, el cristal del ventanal comienza a empañarse. Apoya la cabeza contra el mismo mientras busca un último cigarrillo en la chaqueta. —Sé que me quedaba al menos uno. ¡Aquí estás! —Encuentra la cajetilla machacada, saca el último cigarrillo. Lo enciende. Tras una calada, mantiene el humo en sus pulmones. Le resulta cálido. Espira. —Sería capaz de quedarme dormida aquí mismo. Me resulta tan hermosa la ciudad…—Un, dos, tres. Un, dos, tres. Vuelve a fijar la mirada en el sello. —No lo entiendo. ¿Por qué todo esto? ¿con qué fin? ¿Mereció la pena? Tanto buscar para después no poder hacer nada. Ya está despierta, quiere entregarse, tal vez ahora me pueda explicar… algo. Algo de todo lo que está ocurriendo. Tal vez cuando hable con ese cabrón por fin obtenga respuestas. —Un, dos, tres. Un, dos, tres. —Sí, claro que sé que ha matado, pero nunca traicionaría a nadie. A nadie a quien fuese leal. Si lo mató, seguro que se lo merecía. Pero no, seguro que es mentira, una artimaña para conseguir una libertad que sabía que de ninguna otra forma se le concedería. Y la muy zorra le ha creído... —Un, dos, tres. Un, dos, tres. —Valiente imbécil, y encima se habrá ido con la cabeza bien alta, convencido de que hacía lo correcto. Puto egoísta. Y a quienes se queden, que les jodan. Y me deja a la cría destrozada. Y encima vendrá “el padre” con el “pobrecita mi niña, ven que yo te cuido”. Otra para echarle de comer a parte, que primero intenta jodernos y después no da la cara. —Un, dos, tres. Un, dos, tres. —Son muy hermosas las formas que hace el humo del cigarro. Parecen de color azul. —Un, dos, tres. Un, dos, tres. —“Metropolitan police”. 5 fracasos. 6 derrotas. 25 años a su vera. 0 victorias. —Un, dos, tres. Un, dos, tres. El sonido de los pájaros la distrae. Busca en el cielo tratando de verlos. —Debería entrar antes de que lo siguiente que me resulte “hermoso” sea el amanecer… Un amanecer es siempre tan hermoso… y hace tanto que no puedo contemplarlo… —Rosanera tira la colilla antes de entrar en el interior de la casa. Se dirige a la cama mientras continúa bailando la cadena del silbato, dándole vueltas a su mano derecha. Se desviste mientras se acuesta. No es capaz de quitarse de la cabeza esa sensación de no volver a tener fuerzas para levantarse a la noche siguiente. No sería la primera vez, antes de todo esto, ya le fue imposible hacerlo. Le quedan pocas cosas que parezcan importarle. No confía en nadie, ni en sí misma. En su cabeza sigue resonando el “un, dos, tres. Un, dos, tres” hasta que le pueden las fuerzas y se queda dormida.

viernes, 1 de noviembre de 2013

All Hallows' Eve



Un año más llega la noche de Halloween. Una noche de fiesta para unos, y víspera de recuerdos para otros. Llevaba años si acercarme al cementerio, y aunque llevo en la ciudad algún tiempo, hasta esta noche no había tenido fuerzas para hacerlo.

Nunca ha dejado de resultarme irónico que esta noche sea el aniversario de la muerte de mi padre. Hoy se cumplen 40 años desde que aquel agente de policía llamó a la puerta de mi habitación del hotel para darme la noticia. Mi madre había muerto hacía años, y lo único que me quedaba era él. Recuerdo que aquella noche habíamos caminado por la ciudad que nunca duerme. Me había paseado con mi disfraz y una enorme bolsa de chucherías. Antes de llegar a la ciudad, me había dicho que tenía una sorpresa para mí, y lo fue. Llegamos hasta una pequeña tienda de artesanía donde un hombre algo mayor que él me entregó una máscara. Había organizado un pequeño desfile, y nosotros estábamos invitados. Recuerdo que estuvimos andando bastante tiempo. Al terminar, mi padre me hizo llevar de nuevo al hotel, tenía que terminar algo con el hombre de las máscaras. Me dio un abrazo muy fuerte, casi me asfixió y me quejé para que parase. Sus ojos azules se clavaron en mí. “Te quiero”. Pasé años arrepintiéndome de que no hubiese durado más tiempo. De no haber podido perderme un poco más en aquel océano. Era capaz de pasarme horas contemplando aquellas manchas azul oscuro que tenía bajo las pupilas. A la 1:17 me dieron la noticia. El tiempo pareció pararse, y yo sólo podía recordar aquel azul que ya nunca más vería.

Hace unos años, viviéndo en Roma, una noche que paseamos por el cementerio protestante, me encontré con una obra de Story que me hizo pensar en él. Había luna llena y la escultura tenía un matiz azulado. Desde que fui abrazada no había vuelto a visitar su tumba, y creí que aquella imagen sería digna de presidir el mausoleo de mi familia. Días después hice una réplica y la mandé a colocar allí. Pero lo cierto es que hasta esta noche, no la he vuelto a ver. Y ahí se encuentra. Llorando la pérdida del ser querido.

Deposito un ramo de lirios, las favoritas de mi madre. Silencio. Tranquilidad. Mañana esto estará lleno de gente con flores, pero ahora, estoy sola. Por un instante mis pensamientos vuelan sin mí. No, no quiero pensar, no quiero recordar lo perdido, no quiero recordar lo que me han quitado. Giro mi anillo. No, no pienses en él. Volverá. Media sonrisa se dibuja en mi rostro. No sé cómo, pero volverá. Volveremos a estar juntos. Aunque no sea en esta vida. Aunque no sea esta noche. Unas pisadas apresuradas me distraen. Vuelvo a ponerme la capucha de la capa. Será mejor que me marche.

miércoles, 24 de abril de 2013

Cuento para la más pequeña de las rosas

 
Érase una vez una joven rosa aburrida en su jardín. Vivía en calma, sin emociones, hasta que una noche un jardinero se acercó a ella. Le susurró las más dulces palabras que jamás había oído pronunciar a un hombre...

Hora tras hora, el amor fluía de sus labios. Le hablaba del presente; del pasado; de sus anhelos y sus sueños; de sus miedos y fantasías; y de un romance mal acabado con una joven llamada Rocío.

Cada palabra evocaba una nueva esperanza y una nueva sensación a aquella solitaria rosa. Ella quería preguntar, conocer a aquel extraño. Quería indagar más en cada uno de sus secretos, pero no era capaz de interrumpirle en sus divagaciones. La emoción la inundaba...

Cuando el cielo comenzó a aclarar, la rosa reunió las fuerzas necesarias para sucumbir a las dudas que la asaltaban, pero aquel jardinero, esbozando una triste sonrisa le dijo: "Mañana te contaré mi futuro".

Pero a la noche siguiente, él no regresó. Como tampoco lo haría en las siguientes. La joven rosa comprendió que aquella primera vez había sido la última. Y llegando al Alba, una lágrima recorrió sus pétalos, y a eso, los mortales lo llamaron rocío.

miércoles, 17 de abril de 2013

Soñar tu ausencia

Silencio. Esta noche, de nuevo, he vuelto a despertar sobresaltada. Hoy he vuelto a soñar contigo. A pesar de la cercanía, no hemos compartido ni media palabra, tan sólo nos contemplábamos primero entre la multitud y después sin permitir que el aire se moviese entre nosotros. Nos encontrábamos en un baile. Ambos necesitábamos volver a bailar juntos, y entonces, me abrazabas. Podía sentir tu cuerpo junto al mío. Pero no me hablabas. Ansié una respuesta para cada una de las dudas que me asaltan, pero tú callabas, tan sólo me mirabas. Dulce, tierno. De esa manera tan tuya. Notaba encogérseme el pecho.


No recuerdo cuál fue la excusa para que bailáramos. No importaba, no hacía falta encontrar motivos para hacerlo. Sentí tu cuerpo contra el mío. El suave tacto de tu piel entre mis dedos. Anhelé poder sentir los latidos de tu corazón inquieto. Un corazón ahora muerto. Tu habrías podido sentir el mío si no hubiese sido tan sólo un sueño. Por unos minutos, se pasó mi tiempo. Volví a ser tuya. Al despertar, de nuevo mi rostro se encontraba bañado en lo que una vez fueron lágrimas. Pero únicamente fue eso, un sueño.

miércoles, 10 de abril de 2013

Regreso al hogar

 

Rosanera llegó al refugio con un centenar de dudas en la cabeza, no podía creer lo que había ocurrido. Uriel no era Uriel… era el Escultor… ¿pero desde cuándo? Todo lo que sabía de él… ¿era mentira? ¿cuándo había dejado de ser él? ¿Lo había llegado siquiera a conocer o sólo había visto una quimera? ¿Debería ir a buscarlo o se sentiría traicionada al comprobar que no era a él a quién conocía? Se encontraba confusa…

Al entrar en el enorme salón colocó su iPhone en la base del iPod de la minicadena, comenzó a sonar “My inmortal”, tras lo que se dirigió al sofá para sentarse mientras se encendía un cigarrillo. No conseguía comprender bien lo ocurrido aquella noche. La noche en la que había sobrevivido a una Assamita. Desde la llamada del Sabbat la noche anterior, sabía que aquellas entregas serían una trampa mortal para todos los vástagos de la ciudad que acudiesen a los encuentros, y los ataques diurnos a los refugios no habían ayudado a mantener la calma. La mayor parte de los vástagos acudieron malheridos. Todo apuntaba a un suicidio en masa. Pero ella tenía muy claras sus prioridades, aunque Andrea no fuese una de ellas. Todavía no había asimilado por qué aquellos vástagos habían acudido a un lugar que se sabía que sería un suicidio si tanto les importaba su no vida e iban a salir corriendo. Luciel al menos había sido rápida. ¿A qué pensarían que iban? ¿A una fiesta de tartas? ¡Obviamente era peligroso! Y huir nunca es una buena opción, los enemigos aprovechan la cobardía para atacar por la espalda y nunca se debe dejar desprotegida cuando el enemigo te rodea, eso es algo que ya le enseñaron hacía muchos años en un mal encuentro.

Rosanera sintió un extraño impulso que la llevó hacia su abrigo. Se levantó, caminó unos pasos y miró dentro de su abrigo. Dentro del bolsillo izquierdo encontró una nota. “No olvides quien eres y lo que eres capaz de hacer. Si en algún momento se te olvidase, yo estaré ahí para hacértelo recordar… Espero que sea de su gusto”. Una sonrisa iluminó el triste semblante de la rosa, ese que horas antes se había tornado en sangre por la angustia y la melancolía al contemplar el cuadro de Alison. Aún mantenía la herida en su dedo, producto de los cortes que le hizo el anillo al girarlo. A pesar de todo, de los peligros que la acechaban, de la ansiedad que la envolvía, un haz de luz le mostraba la esperanza. Tal vez no todo estuviese perdido.

viernes, 29 de marzo de 2013

La casa encantada

A las 20:30 llegó Carmen, puntual. Traía las llaves que nos abrirían aquel tosco candado. Estábamos inquietos, no era la primera vez que yo visitaba aquel mágico lugar, sin embargo, nunca había ido de "excursión" con más gente. Lo que antes había sido un lujoso salón ahora se encontraba derruido, lleno de polvo, telarañas y trastos inútiles amontonados en el suelo. La sala no había perdido su luminosidad a pesar de la cantidad de basura que albergaba. Era un buen lugar para comenzar el "juego".

Que no todos conociéramos las reglas nos daba desventaja, pero Carmen prometió que pronto las descubriríamos. Nos comentó que era similar a "Psiquiatría". Tras acordar reunirnos de nuevo en esa sala al final del juego, comenzamos a dispersarnos por la casa.

A medida q fue avanzando la noche, el número de jugadores en las plantas superiores fue disminuyendo. Aparentemente tan sólo teníamos que recorrer la casa, hablar entre nosotros, y sobrevivir. No comprendí cómo se perdía hasta q llegó Juan. Venía raro, no estaba como siempre. Rodeó mi cintura y entonces lo comprendí. Me acababa de infectar. Comencé a sentir un calor intenso en el vientre q me recorrió el cuerpo en cuestión de segundos. Me sentí ligera, mareada, confusa, a penas con fuerzas para mantenerme en pie. Lo cierto es que en ese momento le odié. Había confiado en él y me había traicionado. Él sí conocía el juego, confié en él y me traicionó. Como pude me aparté de él encolerizada. No pareció entender mis gritos, no pareció sentirse culpable sino más bien confuso, no parecía comprender mi enfado. Disgustada comencé a bajar las escaleras a trompicones mientras le inquiría que se alejase de mi. Todo daba vueltas a mi alrededor y la barandilla parecía q iba a ceder de un momento a otro, lo único que me resultaba firme era la pared contra la q apoyaba la espalda. Como pude conseguí llegar al último peldaño y quedarme sentada en él. No pude continuar hasta el salón principal. Cada vez me encontraba más mareada y a pesar de haber luz en la habitación, apenas era capaz de diferenciar las sombras q se acercaban a mí. Era incapaz de entender sus palabras. Algo rozó mi cara, no pude ver qué era, aunque juraría que se trataba de una pluma verde, frondosa y suave. Las manchas borrosas se iban fundiendo con la habitación y las palabras se convirtieron en murmullo. Finalmente me quedé dormida.

Una mano cálida en el hombro me despertó. Pude ver su rostro, era Carmen. Me encontraba bien, todo parecía haber sido un mal sueño. Busqué a Juan para disculparme, no debí decirle aquellas palabras, a fin de cuentas, tan sólo era un juego. Sin embargo, no se encontraba en la habitación, y no era el único. Allí faltaba mucha gente, tan sólo estábamos los que no sabíamos jugar. Nos preguntábamos dónde estarían los demás. Carmen nos pidió silencio.

-Como todos sabéis, nos hemos reunido en una casa encantada. Vuestras percepciones han sido alterada, por lo que aunque sólo sois doce personas, cuando os abrí la puerta estabais convencidos de ser más del doble. En esta casa se encontraban quince almas atrapadas que un día fueron como vosotros, y ahora los habéis liberado a casi todos. Cada uno de los que estáis aquí habéis sido tocados por un alma q os ha "traspasado" su maldición -. El rostro de Carmen se mostró sereno mientas sus oyentes se inquietaban -. No podréis salir de aquí hasta que le "cedáis" vuestra condena al siguiente -. Carmen contempló pasiva como los jóvenes se inquietaban, algunos dirigiéndose hacia la puerta y quemándose tras tocarla -. No os molestéis, no podréis salir de aquí, y no os recomiendo de tratéis de abrir esa puerta... Como os iba diciendo, para poder ser liberados tendréis ganaos la confianza de los nuevos mortales cuando lleguen, pues es necesario que confíen en vosotros para poder liberaros...

lunes, 18 de febrero de 2013

El encargo

 
El tic tac del reloj era lo único que se oía en aquella oficina. Pedro lo miraba con impaciencia esperando que diesen las dos menos cinco, hora a la que habitualmente se marchaba. “-Ya queda menos, pronto estaré tirado en mi nuevo sillón… -¿Y dónde lo pondrás Pedro? -Podría dejarlo en el salón… O mejor ponerlo en el despacho… -¿Le molestará a Sole que lo deje en el salón? -Sí, seguro que le molesta… Cuando llegó ayer no dejaba de maldecirme y de protestar porque no tenemos espacio.-Pedro, tú no le tienes que aguantar sus manías, por algo que te haga feliz tampoco tiene derecho a quejarse -¿A ver para qué quiere tres gatos? ¿No tiene bastante con los dos hijos que le di? Porque mira las pocas ganas que tenía yo de tener críos -Y ahí que cumpliste, como un campeón, dos niños, y ya los tienes casi colocados ¾Vamos, se quejará Sole, sólo me ha faltado parirlos, y con la que me dio en el parto, casi como si lo hubiese hecho yo mismo. -En el despacho creo que va a ocupar demasiado espacio, aunque como no te deja fumar en el salón, sólo en el despacho… -Sí, lo voy a poner en el despacho, así podré fumar tranquilo, y seguro que hasta la tengo contenta. -Además, como lo pongas en el salón, Pedrito, después tendrás que aguantar a tu suegra, que seguro que le gusta y con la excusa de que tiene malas las piernas, seguro que se apodera de él ¾Y eso no, me niego, después de los 1340 euros que me ha costado como para que encima se lo tenga que ceder. ¡Me niego!”. Pedro estaba ensimismado en sus pensamientos, intercalando los gestos de calma con los de indignación y enfado, cuando el tintineo de la puerta de la sucursal le indicó que alguien había entrado.

­-No me lo creo -susurró Pedro mientras cerraba los ojos con resignación.
-Disculpe, ya hemos cerrado -La voz de Ana se oía desde la sala contigua.
-En la puerta dise que sierran a lah do y todavía no son lah do, ají que me tendrá que atendé, ¿no? Amo, digo yo.
-¿Qué es lo que desea, caballero?
-Me quiero pillá un amoto y mi primo madicho cah quí me puen da lah pelah que me fartan, aunque le via a se sincero señorita, a mi loh bancoh no me hasen ninguna grasia porque soih to una panda ladroneh, ¡pero aro! Er Cabesa me pillo ayé la mía pa’ irse con la Jeny, y con la caraja sa’ comío er muro de la casa der Vesino. Bueno señorita, ¿me va dá loh 1000€ que me fartan o no? Porque ya puehto, me viá pillá una to flama. Emverdá yo m’iba pilla una de ehta queh tan solah en la calle, pero mi mama dise que no me meta en fregaoh, que todavía tengo una condena pendiente y no va a ir a llevarme pahteleh a la carse, ¡es que mi mama hase unoh pahteleh quehtán de muerte!

Al oír las palabras del recién llegado cliente, Pedro salió de su despacho para invitarle a volver al día siguiente, temía que aquello se alargase y estaba deseando volver a su casa para disfrutar de su sillón nuevo. Había imaginado el tipo de persona que sería sólo con oír su voz por lo que al ver a aquel chico vestido con un chándal blanco y una gorra con la visera levantada, no se llevó ninguna sorpresa.

-¿En qué podemos ayudarle caballero?
-Po’cabesa, ¿no ta’nterao de que lo queh quiero eh money? ¿Cash? ¿Qué oh tengo que hablá a lo internasioná o qué?
-Claro caballero, pero para poder ofrecerle un préstamo necesitamos su nómina, DNI y tres avales, y en función de estos datos podremos ofrecerle lo que mejor le convenga. -Pedro sabía perfectamente que aquel individuo no podría presentar lo necesario para concederle un préstamo, y aunque así fuera, dudaba que el banco se arriesgase a dárselo.
-¿Qué ise cabesa de nómina ni niñoh muertoh? ¡Yo no tengo de eso! -Cada palabra que decía era acompañada con un gesto de desdén, sacando pecho y después adelantando la cabeza mientras se mordía el labio inferior.
-Entonces, caballero, dudo que podamos concederle un crédito, tal vez debería plantearse que viniese algún familiar suyo con una nómina para pedirlo.
-¿Quién ha hablao de crédito? ¿Yo lo que quiero es que me den los 2000€ ahora, que he quedao con el Jonny dentro de veinte minutos para comprarle la Yoj de su’rmano.
-Pero caballero, ¿no nos acaba de decir que venía a por un préstamo de 1000 euros para comprarse una moto en una tienda para que su madre no tuviese que visitarle en la cárcel?
-¿Quéhtahablandokillo? ¿Qué mierda ehesa de un crédito panda estafadoreh? Yo lo que quieo eh que me deis los 3000 pavos -Su actitud, cada vez más agresiva, iba acompañada de violentos aspavientos.
-Disculpe caballero, pero me temo que no va a ser posible sin una nómina… .Pedro trababa de parecer sereno ante la actitud de aquel joven que no aparentaba más de 20 años. Dudaba entre echar al desconocido de la oficina o hacerle señas a Ana para que pulsase la alarma.
-¡Yamejartao! Que ya mestá dando to’ lo que tenga en la caja señorita, que yostoymuloco, eh!-Mientras hablaba sacó una navaja del bolsillo de su chándal para amenazar a Ana. -¡Que mire que como no me lo de to’ voy a tener que rajá a arguien! ¡Y eso a mi mama la vatraé un disgusto! ¡Y démelo rapidito que mi mama mestásperando en la frutería que no lleva suerto!
-Vamos a ver caballero, seguro que podemos arreglar esto sin necesidad de darle un disgusto a su señora madre.
-¡A mi mama ni nombrarla, eh! ¡Que yo por mi mama mato! ¡Y ahora dame to’ lo que tenga’n lacaja!

De nuevo sonó el tintineo de la puerta. En esta ocasión era una mujer mayor arrastrando un carro de la compra la que entraba en la sucursal.
-Buenos días Pedro, veo que ya conoces a mi hijo, ¿le has dejado sacar los 10 euros que me faltaban para la compra? -dijo mientras sonreía a Pedro, pero al ver la cara de miedo de éste y de Ana, frunciendo el ceño se dirigió a su hijo -Adolfo, ¿no me digas que ya la estás liando? Mira que te lo he dicho clarito, lo único que tenías que hacer era venir a sacarme los diez euros. -Y mirando hacia el techo continuó -Este niño me va a traer un disgusto.
-Rosario -comenzó Pedro que no daba crédito a lo que estaba sucediendo-, ¿este es su hijo?
-Lo siento mucho Pedro. ¡Adolfo tira pa’fuera, que en cuanto lleguemos a casa te voy a dar poca!
-Que no mama, c’a sío una confusión, que solo estamos hablando.
-¡Anda, tira, tira! ¡Que cuando lleguemos a casa verás! -Rosario cogió a su hijo de la sudadera mientras tiraba de él hacia la puerta -Disculpad, que no sabe lo que hace, que este niño es ¡tonto! -enfatizó mirando a su hijo -Anda, vámonos que al final la frutera me ha dejao fiao y ya se lo pago mañana. ¡Cuando se lo cuente a tu padre te vas a cagar!
-¡No, a papá no que se va a enfadar!

Rosario se llevó a Adolfo ante las miradas atónitas de Pedro y Ana. Cuando salieron por la puerta ambos suspiraron aliviados. Poco después, una vez Pedro se hubo montado en su coche comenzó a relatarse en voz alta.

-Pedro, lo que no te pase a ti… -Y yo cómo me iba a imaginar que ese energúmeno era el hijo de Rosario, con lo agradable que es esa señora… .Pues te voy a decir una cosa, de mañana no pasa que llame a la central para que nos pongan un guarda de seguridad en la sucursal -¿Y si los de la central me dicen que no? -Bueno, no creo que se nieguen conociendo el barrio donde tenemos la oficina, porque cada día llega más chusma y esto es un sin vivir -Seguro que el lunes viene uno de seguridad, aunque con los recortes son capaces de descontártelo del sueldo -Si es que ya me lo decía Sole, que este trabajo no está pagado…

sábado, 26 de enero de 2013

La traición no es una opción

 
La atmósfera de la calle Aire se tornó rancia aquel viernes de madrugada cuando la rosa se incorporó contemplando a sus pies a la traidora.

No se consideraba culpable de aquella muerte, realmente no eran sus manos las que estaban manchadas de sangre. Esa escoria se lo había ganado a pulso. Pero aun así reconoció que desde un principio le había cautivado la idea de ver servida su venganza.

Disfrutó al ver truncada la esperanza de aquella que se creía libre. La pobre ilusa ahora se encontraba con la cabeza abierta a sus pies. La pelea había sido intensa. Por un instante la rosa se había sentido acorralada por la que parecía una presa fácil. No había considerado la posibilidad de que se opusiera con tanta resistencia a su final. Antes de salir había pensado que no le supondría demasiado esfuerzo, pero finalmente se alegró de haber llevado consigo una salvaguarda. Un as que no había dudado en cumplir su cometido. Era consciente de que debería haberlo hecho ella misma, pero el fuerte golpe recibido contra la pared no entraba en sus planes. Se sintió aturdida.

Desde el final de la calle otra rosa las contemplaba. Esta no había visto la duda en los ojos de su compañera durante la batalla, pero al verla desplomarse supo que era su obligación ayudarla, terminando así lo que empezaron juntas. No vaciló. Disparó su arma y vio caer al suelo a aquella traidora. La sangre salpicó los zapatos de su cómplice mientras torpemente se incorporaba. Por un instante pudo ver el brillo en sus ojos antes de desaparecer. Sabía que aquel acontecimiento no debía ser mencionado o ambas rosas serían castigadas a pesar de que solo una hubiese acabado con la no vida de aquella escoria. Ese mal bicho los había traicionado y debía pagarlo.

Desde la esquina de la calle Mármoles contemplaba la escena una cuarta rosa, la más inocente de todas. Los pocos minutos que duró todo le habían infundido un pánico atroz. No por la falta de humanidad de la pelea, sino por ver cómo las rosas que debían protegerse se habían enzarzado con tal violencia. La pequeña rosa creía que un Clan era como una familia, y los Toreadores deberían estar siempre unidos y no atacarse los unos a los otros. No era realmente su madre, el primogénito se la había impuesto. Sabía perfectamente que para ella tan solo era la muñeca protagonista de sus más escabrosas fantasías, pero aun así le aterró ver cómo resistió golpe tras golpe para finalmente morir como un perro callejero

A la media noche del viernes, horas antes de aquella inquietante escena, el Clan se había reunido para tratar dónde, cómo y cuándo sería el baile de máscaras que celebrarían en honor al Príncipe. Pero lamentablemente no fue el único tema que asaltaron.

Aquella rosa traidora, que a cada noche que pasaba escribía su nombre con sangre en la lista de non gratos de algún nuevo vástago, había llegado a la ciudad representando a la pobre mosquita muerta carente de valor. Sin embargo, sus actos hicieron que poco a poco contase con más enemigos que aliados, ya no solo por las traiciones y mentiras, sino por su carácter pusilánime combinado con su falta de respeto hacia los demás. Y eso era algo que ningún vástago estaba dispuesto a tolerar.

La reunión había comenzado sin ninguna peculiaridad, pero concluidos los temas principales, la rosa podrida del jardín quiso presumir de tener a sus pies a un importante primogénito. Su propia incoherencia y vanidad sacaron de quicio a quienes la rodeaban, haciendo sentir vergüenza a la más dulce de las rosas y ansia de venganza a la más vengativa de sus espinas.

La reunión quedó zanjada con volver a encontrarse el lunes para dar a conocer las soluciones planteadas a los enigmas abiertos con respecto al baile.

Al fin llegó la madrugada del lunes y las rosas volvieron a verse los rostros. Prácticamente estaba todo resuelto, pero Luciano había querido ver de nuevo al resto del Clan para atar los últimos hilos que pudiesen quedar sueltos. Todos parecían haber olvidado lo ocurrido dos noches antes cuando Innocenza preguntó extrañada por la ausencia de la traidora. Nadie parecía saber nada, pero en su interior sentían la tensión de su propio silencio. Aunque no fuera santa de devoción de ningún vástago el secreto no debía desvelarse.

—¿Seguro que no sabes nada, Victoria? —Dante abandonó su silencio, torciendo su rostro y con una mirada inquisidora contempló a la niña.
—¿Nada? ¿De qué? —Victoria volvió a sentir aquel terror que la había paralizado noches antes, sabía que debía callar, pero Dante la aterraba.
—¿Y tú, Rosanera, también vas a negar lo que todos sabemos? —Esta vez, Dante fijó su fría mirada en ella, podía sentir como la ira que días atrás sentía ahora se había desvanecido.
—No tengo nada que contarle a las rosas, señor. —Su mirada se había mantenido tan gélida como su corazón.
—Sé bien… —prosiguió Dante —que ocultáis algo, algo… importante… Algo que tal vez deberíais compartir con el resto. Quizás así os sintáis liberada.

El corazón de Rosanera tal vez se habría encogido si pudiese mover la sangre muerta de su cuerpo, pero aún así, se mostró tranquila. No tenía nada por lo que temer, a fin de cuentas, no había nada que quisiese decir.

—¿Estáis seguros de que nadie quiere contar qué ocurrió en la calle Aire tras nuestro último encuentro? —Dante continuaba con el tono serio y pausado al que ya tenía acostumbrados a los vástagos de la reunión mientras los contemplaba. Ya no miraba solo a Rosanera sino que centraba su rostro inmóvil en cada uno de los Toreadores de la reunión.

—¿Acaso, ninguno quiere contar cómo fue emboscada la rosa que hoy no nos acompaña mientras la niña miraba? ¿Cómo fue el duelo y cómo concluyó? —Dante continuaba hierático. El silencio en la sala era aún más gélido. Sabían que no podrían ocultar nada a Dante, sin embargo, nadie quiso pronunciar palabra —.Bien, entonces, callad. No hablaremos de ello, pero como ya dije, no seré responsable de vuestros actos. No os protegeré. No seré cómplice de vuestros pecados, pero cuando el alguacil os de castigo, confío en que no me supliquéis. —Tras estas últimas palabras, Dante se levantó de su sillón y se marchó, no sin antes mirar por última vez a Victoria, que cabizbaja contenía con terror el sentimiento de culpa que la llevaba acompañando aquellas dos noches.

Innocenza sintió miedo en aquel instante, sabía que aunque no hubiese participado del secreto, sería castigada por igual. Aunque no podía confiar en la lealtad de su Clan, sabía que podría contar con la defensa de su cuadrilla. Impaciente, sacó su viejo y roto reloj de plata del bolso, las inscripciones de Wonderland la embelesaron unos instantes, apresurada lo abrió simulando ver la hora, hacía ya demasiado tiempo que marcaba la misma hora, pero no pareció importarle demasiado. Se exculpó enérgicamente defendiendo llegar tarde a una reunión importante, mientras se levantaba del estrecho sofá en el que se encontraba reclinada. El resto de vástagos la contemplaron incrédulos, les hizo desconfiar más aún de ella. Hacía tiempo que sospechaban de su lealtad y este tipo de gestos no eran bien recibidos en el Clan.

Luciano había convocado la reunión, por lo que al presentir la estampida de rosas, prefirió darla por finalizada, prometiendo contactar cuando fuese necesario con cada una de ellas. Antes de marcharse, una de las rosas le tocó el brazo a su cómplice con aristocrática sutileza mientras le susurraba “La traición no es una opción en el jardín”.

Con esta última frase, la rosa despertó sobresaltada, tal vez su subconsciente la traicionaba. Sabía que no debía consentir que sus ansias de venganza la obligaran a llevar a cabo sus más oscuros impulsos, sin embargo, aquella necesidad de sangre a cada noche que pasaba se le volvía más intensa. Entonces, lo que podría haber parecido un escalofrío recorrió su inerte cuerpo. Tal vez llevando a cabo sus sueños, estos concluyeran.