jueves, 31 de marzo de 2016

Borrachos en un bar



Como otras tantas noches, Jonás contempló su copa sobre la barra del bar. Ya se había acostumbrado a que Lidia nunca apareciese. Se había cansado de esperarla. Había asumido que aquel “te veo mañana” tan sólo había sido otra de tantas mentiras, y eso le cabreaba. Al mover la mano torpemente, derramó parte de su copa, bebió lo que quedaba en ella, se levantó y se marchó, tal vez a casa, donde Sara, su mujer le esperaba todas las noches, convencida de que su marido llegaba tarde del trabajo.
Ana miraba impaciente hacia la puerta, esperaba al chico del que se había enamorado la noche anterior nada más conocerlo. Dos frases habían llamado su atención, y al mirar tras el chico que se encontraba entre ambos, se había encontrado con aquellos ojos verdes que sabía pertenecían al amor de su vida. Los nervios la devoraban por dentro.
Andrés tuvo que esquivar a un hombre que se levantó tambaleante de la barra mientras sacudía su mano con desprecio. Saludó a Ana con una sonrisa tímida. No estaba seguro de si ella se alegraría de verle, ni si estaría igual de nerviosa que él. Detuvo su paso, mejor se pediría antes una cerveza. Llamó al camarero, así tendrían tiempo de llegar el resto de sus amigos, que se habían quedado en la puerta fumando.
Víctor llevaba ocho horas sirviéndole copas a los borrachos que frecuentaban su bar, y encima el último le había puesto la barra perdida. Sabía que los clientes querían que les pusiese otra copa, pero su jornada ya había terminado, y no pensaba servir ni una más.
Rosa llegaba tarde, como siempre, y sabía que Víctor se cabrearía por hacerle esperar. Al llegar a la puerta del bar se cruzó con una pelea en la puerta, un par de borrachos con cualquier excusa para darse unos golpes. El portero ni trató de detenerlos, tan sólo los empujó lejos de la puerta y la dejó pasar.
Carlos se había quedado rezagado con las últimas caladas de un cigarrillo, pero sus ganas por entrar y volver a verla le hicieron tirar la mitad al suelo, le recordaban tanto a Lidia… Era como volver a tenerla ante sus ojos, aunque sabía que eso ya no sería posible, ya que había muerto hacía unos meses por culpa de un conductor borracho que se dio a la fuga. Miró cómo pisaba la colilla y al levantar la vista para proseguir su camino, un impacto en la cara lo descolocó. Antes de poder reaccionar sintió cómo lo empujaban contra el suelo, cayendo de espaldas. El cuerpo del otro cayó sobre él mientras le golpeaba torpemente.
Víctor salió de la barra al ver entrar a Rosa, su mirada lo dijo todo, siempre llegaba tarde, y hoy él tenía prisa, había quedado con la vecina de su hermana, una chica de unos treinta años a la que su marido le era infiel y se había cansado de sentirse estúpida.
Ana vio al amigo de su ¿”cita”? Se preguntó si la gente seguiría llamándolo así, y si para él lo sería. Pero el tiempo pasaba y ella comenzaba a inquietarse, ¿y si no acudía?
Sara se impacientaba. Había ido a recoger a Víctor al salir de la oficina, y ya habían pasado diez minutos desde que él debería haber salido. Se preguntaba si tal vez le hubiese dado plantón, o si se habría equivocado. Tal vez había salido antes y se habían cruzado, o si simplemente él la había visto y la había esquivado. Por un momento pensó que había sido un error ir. Y se volvió a sentir estúpida.
Cuando Rosa le puso la cerveza a Andrés, éste continuó su camino hasta Ana. Al verla se puso nervioso y su primer pensamiento cuando le preguntó por Carlos fue decirle que no había venido, que había quedado con una amiga. Pero de sus labios sólo salió un murmullo que debió sonar a un “no sé, se ha quedado fuera”.
Dos agentes de policía salieron de un coche que pasaba por la zona antes de que Carlos pudiese incorporarse. Notó como uno de ellos lo levantaba con violencia mientras le gritaba que le diese la documentación.
Sara había salido de su coche, y mientras se fumaba un cigarrillo, nerviosa, le sorprendió Víctor. No le había visto llegar, y el susto la descolocó. Él se metió en el coche esperando a que ella entrase. Cuando se montó, él, con una sonrisa, le indicó qué dirección debían tomar para ir a su casa.
Ana salió del bar, esperando ver a Carlos, pero lo único que encontró fue un bullicio de gente, y un coche de policía que se marchaba con las luces puestas. Pensó que tal vez se lo había pensado mejor y se había marchado.

sábado, 12 de marzo de 2016

Cerveza y cigarro



Silencio. Gente. Alcohol. Drogas. Dame. Toma. ¿Cuánto? Más. Sola. Acompañada. Ruido. Sonrisas. Cerveza. Tabaco. Vicio. Risas. ¿Otra? Toma. Caricias. Control. Descontrol. Desorden. Caos.
Otra noche más, el mismo frenetismo, el mismo vacío. Las mismas sonrisas que ocultan los problemas. La soledad del individuo que oculta su necesidad de comunicarse. Ruido que satura hasta hacerse el silencio.
“¿Una cerveza?” “Claro”. Otra. Y otra. Sabes que no debería. “No importa, juguemos”. ¿Bipolaridad? ¿Dualidad? Sí. No. Silencio. Ruido. Timidez. Lujuria. Recato. ¿Dónde están los límites? “Un juego”. Me gusta. ¿Sí? ¿No? ¿Qué más da? Dulzura. Perversión. Caos. Orden. Ternura. Agresividad. Una mano que sube entre los muslos. Un beso suave en la mejilla. “Sólo quiero un sofá”. “Quiero arrancarte la ropa y follarte por toda la casa”. “Tengo miedo”. “¿Y si te follo aquí mismo?”. Otra cerveza. Otro cigarro. “¿Es la primera?”. “¡Qué lento bebe el cabrón!”. “¿Qué ha pasado?”. “Es un gilipollas”. “¿Qué he hecho?”. “No, no fui yo”. “No quiero hacerte daño”. “No, quiero hacerte daño”. “Cuidado”. “Voy a empotrarte”. Juguemos. Más risas. Si. No. Calla. Grita.
Risas callejeras. Sube la escalera mientras pierdes la ropa. Golpea la espalda contra la puerta. Golpea la suya contra la pared. Araña. Gime. Desgarra. Grita. Contra la encimera. Sobre la mesa. En el suelo. Tíralo todo, no importa. Sangra. Grita.



Silencio. “¿Qué ha pasado?”. Respira. Duerme. Cierras la puerta. Amanece. Ha sido un juego divertido. Servirá.