Érase una vez una joven rosa
aburrida en su jardín. Vivía en calma, sin emociones, hasta que una noche un
jardinero se acercó a ella. Le susurró las más dulces palabras que jamás había
oído pronunciar a un hombre...
Hora tras hora, el amor fluía de sus labios. Le
hablaba del presente; del pasado; de sus anhelos y sus sueños; de sus miedos y
fantasías; y de un romance mal acabado con una joven llamada Rocío.
Cada palabra evocaba una nueva esperanza y una
nueva sensación a aquella solitaria rosa. Ella quería preguntar, conocer a
aquel extraño. Quería indagar más en cada uno de sus secretos, pero no era
capaz de interrumpirle en sus divagaciones. La emoción la inundaba...
Cuando el cielo comenzó a aclarar, la rosa reunió
las fuerzas necesarias para sucumbir a las dudas que la asaltaban, pero aquel
jardinero, esbozando una triste sonrisa le dijo: "Mañana te contaré mi
futuro".
Pero a la noche siguiente, él no regresó. Como
tampoco lo haría en las siguientes. La joven rosa comprendió que aquella
primera vez había sido la última. Y llegando al Alba, una lágrima recorrió sus
pétalos, y a eso, los mortales lo llamaron rocío.