miércoles, 30 de abril de 2014

Reencuentros


Acaricio su mano con la cabeza sobre su hombro. Ha vuelto a ser suave a pesar de las marcas que aún conserva. Me siento bien. Por fin, después de tanto, me siento tan feliz como ya no recordaba que era capaz de serlo, como había olvidado que lo era junto a él. Toda la amargura, la melancolía, la ira… se han disipado. Vuelvo a sentirme como esa idiota enamorada que suspira con cada una de sus palabras. Como esa cría a la que una vez le recogió el libro de arte del suelo del avión. Me siento llena. Cierro los ojos y recuerdo aquella noche: la noche en que volví a tenerle.

Al fin frente a mi después de todo. Perderme en sus verdes ojos mientras me hablaba en aquella habitación, bajo aquella luz amarillenta y entre sombras titubeantes, fruto de las decenas de velas que la iluminaban. Sentir sus brazos apretándome fuertemente contra su pecho. Y su latidos. Esos que tanto había ansiado. De nuevo volver a sentirnos uno, como si el tiempo no hubiese hecho mella entre nosotros. Casi había olvidado aquel sentimiento, sepultado bajo mi tristeza. Pero esa noche al fin pude comprender que no me había abandonado, que tan sólo se había distanciado para protegerme. Para protegerme de ella, de todo. Me quisieron hacer creer que ya no me amaba. Que todo había sido una quimera. Que un vástago jamás podría amar a otro. Que me había engañado. Incluso su padre trató de convencerme de ello, vacío de amor, sin el corazón que le arrancaron antaño. Sin ser capaz de comprender que su propio chiquillo pudiese amar a alguien más que a él mismo.

Y de nuevo, ese sueño profundo, ese anhelo. Esa mirada cristalina que me atontaba, que me hacía olvidar. Esa mirada que no me permitía tocar el suelo. Que me hacía temblar. Que me obligaba a asentir para disimular que me había perdido entre sus palabras. Esa. Justo esa. Y mientras tanto, un susurro brotaba de tus labios. “Todo va a salir bien, Carmen”.

Mi único pensamiento en ese momento fue “vete, vete lejos, que no te coja”, pero él quería quedarse por mi… y yo no quería que muriese por mi. Estaba dispuesta a morir de nuevo por él, pero él no quería volver a dejarme como ya lo hizo años atrás.

Acariciar cada centímetro de su piel con mis yemas. Sus cicatrices, esas que aún me horrorizaban al pensar en cuánto había sufrido, sabiendo que llegaría a amarlas como al resto de su ser porque ellas nos mantendrían aún más unidos.  Y más ahora que ya nada podría volver a separarnos.

Me sentía confusa. No comprendía bien sus palabras. ¿Qué quería? ¿Qué no le estorbase? ¿Qué le ayudase? ¿El qué? ¿Con qué? Sólo entendí que necesitaba lo que el falso santo portaba. Pero no sabía cómo arrebatárselo. Me sentía inútil. Y mi amado no hacía más que decirme que tuviese paciencia, que me avisaría cuando fuese seguro. Pero en mi cabeza sólo resonaba una idea, que ella no le encontrase. Que no descubriese que estaba junto a mi. Temí. Temí lo más grande. Temí por él, por nosotros. Temí que esa sádica a la que llamaban señora le encontrase, le juzgase, le volviese a arrancar de mis brazos. Temí volver a sentirme vacía y sola.

Y entonces llegó la chiquilla del sádico, decidida a matar al santo sin ensuciarse las manos, dejando que una madre hiciese el trabajo sucio con un arma sacada de entre la muchedumbre. Puesta ahí por nosotros: los villanos del cuento. Los monstruos.

Los últimos instantes frente a la señora me oprimieron el pecho. Temí que le hubiese encontrado y quisiese cumplir las palabras que ya me había anunciado. Que me obligase a matarle. Pero no. Nombró Príncipe a la que ya no era una niña, condenando a quien no había querido entregar a Cleo, y a quien le había entregado la cabeza del santo. Marchándose con su séquito para continuar la gran mentira de la Camarilla.

Poco después fui a buscarle con quien me había demostrado no ser digna de confianza. Y allí estaba él, como me prometió, volviendo a por mi… Quedándose conmigo para siempre.

Un beso en el pelo me distrae de mis pensamientos. Al levantar la cara le veo observándome con una sonrisa. Aprieto su mano con fuerza. Me resulta extraño volver a viajar de día en avión, había olvidado la libertad que nos daba eso. Presiento que al otro lado de la ventanilla debe quemar el sol, pero Armand siempre ha tenido buenos amigos, y uno de ellos nos ha protegido del mismo con su magia. Hace a penas unas horas estábamos en Islandia con Margrét, quien nos ha dado la noticia. Armand tenía algo que resolver con ella, dijo tener algo que agradecerle. Y ella nos ha dado la tan maravillosa nueva, casi sin saber lo buena que realmente era: Cleo sigue viva. No ha sido difícil convencer a Armand para que partamos hacia Los Ángeles, al parecer, él también tiene algo que hacer allí, algo que lleva esperando mucho tiempo. No puedo evitar estar nerviosa, al fin y al cabo, la vi convertirse en cenizas junto a Monteleón. Me pregunto si seguirá amándolo tras todo lo ocurrido. Esta noche, por fin podré llamarla “prima”.