Pam se encontraba en lo que a todas luces parecía ser su
nuevo hogar. Una cama amplia y un ropero para ella con a penas un par de
prendas, no se atrevía a sacar sus cosas del coche. Una noche más había caído
otra de tantas botellas de whisky, y no sabía hasta qué punto podría seguirle
el ritmo a su nueva “familia”. Hacía rato que los tres Garous con los que
compartía casa se habían ido a descansar y, por primera vez en mucho tiempo, no
tenía que compartir la cama con un extraño.
A pesar de esta reciente sensación de tranquilidad, le
preocupaban los acontecimientos de los últimos días. ¿Cómo le había vuelto a
encontrar aquel desgraciado? ¿Por qué no pareció inmutarse cuando le golpeó? El
motero le había dado una idea, pero no sabía si alegrarse por la nueva
información o preocuparse aún más… “Fue
como golpear a un muro”. Claro, ahora lo que le preguntó Fía parecía tener
sentido… Un muro, ¿el muro? Pero no, no podía ser… aunque ahora todo parecía
ser posible. ¿Rafael seguía vivo? ¿Por
qué nunca le habló del tío de Carlos? Y lo más importante, si entró en la
policía cuando se conocieron, ¿cómo cojones no pudo darse cuenta? Qué ciega
había estado, si incluso pudo simular su propia muerte para deshacerse de ella…
Si tan poco le importaba, ¿por qué ayudarla? ¿por qué enseñarle? ¿por qué
molestarse tanto?
Volvió a mirar la hora, las 3:27h. Al encenderse el
cigarrillo iluminó su rostro en la oscuridad de la habitación. Recordó las
palabras de Johanna, “eso es una
debilidad”. Sabía que a Johanna debería comenzar a llamarla Espinas, al
igual que ella misma debería dejar de renegar del nombre que le había dado
Fenris, pero aún le costaba asumirlo. En el fondo le gustaba, a fin de cuentas,
era su naturaleza, y parecía que el espíritu la había calado. ¿Pero a quién le
importaban sus debilidades? ¿A su “nueva familia”? A penas recordaba qué era
eso. Hacía tiempo que había aprendido que las familias sólo servían para
perderlas. Para recordarle que eso era algo que no encajaba con ella, algo que
no era capaz de mantener. Que no sabía cuidar, y que siempre la abandonaría.
Aunque tal vez el motero tuviese razón, y esta vez fuese diferente. Tal vez en
esta ocasión la comprendieran como hacía su abuela, porque tal vez, y sólo tal
vez, aquí pueda encontrar una familia de verdad, donde pueda ser ella misma…
Un ruido proveniente del salón llama su atención, pero esta
vez no está alerta, sabe que no es la única a la que le cuesta conciliar el
sueño. Ahora no está sola. Cierra los ojos, va a intentar, por segunda vez,
conciliar el sueño, mañana será un día largo.