miércoles, 15 de octubre de 2014

Debilidades


Pam se encontraba en lo que a todas luces parecía ser su nuevo hogar. Una cama amplia y un ropero para ella con a penas un par de prendas, no se atrevía a sacar sus cosas del coche. Una noche más había caído otra de tantas botellas de whisky, y no sabía hasta qué punto podría seguirle el ritmo a su nueva “familia”. Hacía rato que los tres Garous con los que compartía casa se habían ido a descansar y, por primera vez en mucho tiempo, no tenía que compartir la cama con un extraño. 

A pesar de esta reciente sensación de tranquilidad, le preocupaban los acontecimientos de los últimos días. ¿Cómo le había vuelto a encontrar aquel desgraciado? ¿Por qué no pareció inmutarse cuando le golpeó? El motero le había dado una idea, pero no sabía si alegrarse por la nueva información o preocuparse aún más… “Fue como golpear a un muro”. Claro, ahora lo que le preguntó Fía parecía tener sentido… Un muro, ¿el muro? Pero no, no podía ser… aunque ahora todo parecía ser posible.  ¿Rafael seguía vivo? ¿Por qué nunca le habló del tío de Carlos? Y lo más importante, si entró en la policía cuando se conocieron, ¿cómo cojones no pudo darse cuenta? Qué ciega había estado, si incluso pudo simular su propia muerte para deshacerse de ella… Si tan poco le importaba, ¿por qué ayudarla? ¿por qué enseñarle? ¿por qué molestarse tanto?

Volvió a mirar la hora, las 3:27h. Al encenderse el cigarrillo iluminó su rostro en la oscuridad de la habitación. Recordó las palabras de Johanna, “eso es una debilidad”. Sabía que a Johanna debería comenzar a llamarla Espinas, al igual que ella misma debería dejar de renegar del nombre que le había dado Fenris, pero aún le costaba asumirlo. En el fondo le gustaba, a fin de cuentas, era su naturaleza, y parecía que el espíritu la había calado. ¿Pero a quién le importaban sus debilidades? ¿A su “nueva familia”? A penas recordaba qué era eso. Hacía tiempo que había aprendido que las familias sólo servían para perderlas. Para recordarle que eso era algo que no encajaba con ella, algo que no era capaz de mantener. Que no sabía cuidar, y que siempre la abandonaría. Aunque tal vez el motero tuviese razón, y esta vez fuese diferente. Tal vez en esta ocasión la comprendieran como hacía su abuela, porque tal vez, y sólo tal vez, aquí pueda encontrar una familia de verdad, donde pueda ser ella misma…

Un ruido proveniente del salón llama su atención, pero esta vez no está alerta, sabe que no es la única a la que le cuesta conciliar el sueño. Ahora no está sola. Cierra los ojos, va a intentar, por segunda vez, conciliar el sueño, mañana será un día largo.