martes, 19 de abril de 2016

Tacones bajo la lluvia


Al empujar la puerta de cristal con fuerza dio un pequeño traspié. Hacía tiempo que no usaba los tacones, y aún no se había acostumbrado al equilibrio que tenía que hacer con ellos, y el bolso pareció molestarle al quedarse enganchado al pomo. El frenar de la poca inercia que le quedaba esa noche le hizo recordar el cansancio que llevaba acarreando algunos días.
Algo asomaba por la rendija del buzón, y se acercó a mirarlo de cerca. Parecía un papel doblado. No ponía su nombre pero estaba escrito a mano. Lo leyó detenidamente antes de chasquear la lengua. Aunque quien lo había redactado pretendía dirigirse a ella, se notaba que no era más que una nota genérica de alguien que no debía tener un ordenador ni dinero para fotocopias, aunque quizás, pensó, se tratase de algún tipo de intento de campaña de marketing, buscando hacer sentir especial a quien lo leyese, haciéndole creer que se trataba de una carta hacia esa persona en concreto. Se detuvo en una línea, “te estamos esperando”. Había estado pretermitiendo las incoherencias gramaticales, y poniendo comas donde no las había, pero a mitad de la carta, ya se había aburrido de leer un texto escrito por alguien que lo más probable es que ni siquiera se hubiese leído la Biblia a la que tanto mencionaba. Al leer “volveremos mañana a buscarte”, no puedo evitar una risa socarrona. Ya podrían llamar cuanto quisiesen, que no iba a molestarse en salir de la cama para escuchar a un mojigato vendiéndole mierda.
Abrió la puerta del ascensor. Aunque solía subir por las escaleras, no tenía ganas de subir las siete plantas, estaba demasiado cansada y sólo quería quitarse la ropa y tirarse en la cama. La pared del fondo tenía un enorme espejo, y apoyada en un lateral se escrutó minuciosamente mientras la luz parpadeaba. Había salido a la calle antes de la lluvia, y ahora se sentía un gato mojado. Volviendo a casa había llovido tanto que se le había calado la ropa, traspasándole incluso la cazadora, comprobando al abrirla que también tenía mojada la camiseta medio transparente que dejaba entrever su sujetador. Al apretar la minifalda pudo sentir el agua recorrer su muslo hasta adentrarse dentro de la bota. Sí, definitivamente estaba empapada… El pelo también le goteaba, y su rostro estaba completamente mojado, alegrándose de usar poco maquillaje. Lo único que había resistido toda la noche había sido el pintalabios rojo.
Un movimiento brusco fue la señal de que ya había llegado a su planta. Empujó la puerta con fuerza mientras preparaba la llave del piso, y tras un “clack” sordo se abrió la puerta. La luz estaba encendida, aunque recordaba haberla dejado apagada. Recolocó las llaves en su mano y se preparó para dar el primer golpe, el de la “sorpresa”.
―Hola, ya no sabía si volverías hoy.

martes, 5 de abril de 2016

Una chica como tú no debería...



― Una chica como tú no debería caminar sola por la noche.
― ¿Tengo pinta de que me importe tu opinión? ―respondió Lola mientras chasqueaba la lengua con un gesto de desprecio. Realmente no le importaba lo que opinase aquel desconocido, y a decir verdad, no le importaba lo que ningún borracho pudiese decirle a las 3 de la mañana. Había salido sola, como otras tantas veces a hacer lo que mejor se le daba, conocer gente. Precisamente en eso se basaba su ‘trabajo’, y al haber llegado a una nueva ciudad, casi tenía que empezar de cero. En realidad, era lo que más le gustaba. En cierto modo, era lo que le daba la vida.
Había estado recorriendo los bares de la zona, y poco a poco se había ido animando. Nuevos clientes habían engrosado su 'agenda', y eso era bueno para el negocio, aunque también había tenido que lidiar con algún gilipollas, y demasiados ‘cumplidos’ que no le habían hecho gracia. Y aunque no había encontrado a quien buscaba, consideraba que había sido una noche productiva.
Pero la temperatura había disminuido a la mitad de la que hacía cuando salió a la calle, y no llevaba bastante ropa como para estar a la intemperie, además, no tenía ganas de seguir dando vueltas, estaba un poco asqueada de tantas cosas…
Prométeme que no te meterás en líos”. Hacía tiempo que había perdido la cuenta del número de veces que había oído esa frase, y sin saber por qué se le vino a la cabeza mientras puenteaba un coche.
Al arrancar el motor, un humo negro salió del tubo de escape. Buscó la radio y le dio a reproducir el disco que estaba puesto. Primera. Segunda. Tercera. A penas había gente por la calle, y hacía horas que no oía las ambulancias. Se había enterado esa noche de que estaban haciendo un simulacro de emergencia, lo cual explicaba el exceso de policía en la ciudad, no le interesaba que la parasen, aunque ¿quién pararía a una chica guapa que regresa a casa sola en un coche viejo? Los tacones le estaban matando y había optado por conducir descalza.
En su cabeza resonaba como un eco aquella petición de promesa que no había podido cumplir. Aquella que le había llevado a marcharse lejos. Y aquel último “te quiero” que le había sonado tan amargo.
Se sentía cansada. Uno de tantos borrachos, en un inútil afán de ‘hacerse el interesante’ había tratado de psicoanalizarla. ¿Por qué todos creían conocerla? Le molestaba que un desconocido le diese su opinión, aunque se sentía satisfecha de dar la imagen que llevaba preparando tanto tiempo, modelándola a base de esos mismos psicoanálisis que tanto le irritaban. ¿Serían consciente todos ellos de lo que habían creado? Probablemente no, tampoco le importaba. Pero esta vez algo le había desconcertado, aquel chico, tras unos minutos, le había abrazado y besado el pelo antes de marcharse.
Siempre la misma historia. Siempre el mismo interés. La misma soledad. El mismo silencio cuando terminaba la noche. Y la misma cama vacía que le permitía descansar sin ser molestada.

viernes, 1 de abril de 2016

Otra noche más


Otra noche más, lo único que se oía a través de las sucias paredes del piso eran los gritos de desesperación de aquella muchacha. A él no se le oía alzar la voz, pero se podía intuir lo que estaba ocurriendo. En más de una ocasión se había escuchado a la chica describir lo que él le hacía, pero por su lenguaje no parecía más que una pataleta adolescente, y esta vez parecía más de lo mismo, pero un nombre salió a la luz, ‘Carlos’, ¿quién sería Carlos?
Un golpe fuerte te hace dar un brinco en la cama y mirar a tu mesita de noche. Comienza a cansarte esa situación que se repite día tras día, haciéndote preguntar si lo que ocurría allí merecería tanto la pena. Muebles que se arrastran, como un barrido, mientras ella grita desesperada, patalea y llora. Otro golpe, algo ha chocado arrasando lo que había a su paso. Te levantas cogiendo lo que tan oculto tienes en el primer cajón, te vistes y sales al descansillo. Llamas a la puerta. Silencio. Un hombre que debe rozar la cincuentena te abre la puerta, impasible. Te mira la mano pero no reacciona, y golpeas su cara. Sabes que tal vez te saque treinta kilos, pero no te importa. Vuelves a golpearle, y una vez en el suelo, te das cuenta de la sangre que mancha la pared mientras él solloza. La patada en la cara le deja sin sentido. Inmóvil. Entras en la habitación, y ahí está ella, en pijama, asustada y llorando contra la pared. Reconoces su cara enrojecida. No tendrá más de veinte años, y cuando te acercas se encoje. Te pones de cuclillas mientras la miras, sin decir nada. Sabes que no puedes dejarla ahí y le tiendes la mano que no tienes ensangrentada. La otra te arde y sientes la adrenalina escapar por cada poro de tu piel. Se levanta y te abraza, casi te deja sin aire. Te separas, “coge tus cosas”. Sabes que has causado más miedo que incertidumbre, pero ella obedece. Coge una mochila, mete algunas cosas y te acompaña a la puerta. Mira el cuerpo ensangrentado mientras sale del piso. Regresa y coge las llaves del mueble de la entrada para después cerrar la puerta tras de sí.
Sabes a dónde llevarla, y camináis durante un largo rato hasta que abres la puerta de otra casa, en otro barrio. Le indicas dónde puede dormir y regresas al salón con una cerveza en la mano. Al poco ella aparece por la puerta, aún sigue en pijama, te pregunta si puede sentarse contigo, y termina hecha un ovillo en el sofá… Te preguntas qué pasará por su cabeza en ese momento, pero no habla, y sabes que se ha quedado dormida. No entiendes cómo puedes confiar en ti si no te conoce, pero sientes su tranquilidad al respirar.