viernes, 1 de abril de 2016

Otra noche más


Otra noche más, lo único que se oía a través de las sucias paredes del piso eran los gritos de desesperación de aquella muchacha. A él no se le oía alzar la voz, pero se podía intuir lo que estaba ocurriendo. En más de una ocasión se había escuchado a la chica describir lo que él le hacía, pero por su lenguaje no parecía más que una pataleta adolescente, y esta vez parecía más de lo mismo, pero un nombre salió a la luz, ‘Carlos’, ¿quién sería Carlos?
Un golpe fuerte te hace dar un brinco en la cama y mirar a tu mesita de noche. Comienza a cansarte esa situación que se repite día tras día, haciéndote preguntar si lo que ocurría allí merecería tanto la pena. Muebles que se arrastran, como un barrido, mientras ella grita desesperada, patalea y llora. Otro golpe, algo ha chocado arrasando lo que había a su paso. Te levantas cogiendo lo que tan oculto tienes en el primer cajón, te vistes y sales al descansillo. Llamas a la puerta. Silencio. Un hombre que debe rozar la cincuentena te abre la puerta, impasible. Te mira la mano pero no reacciona, y golpeas su cara. Sabes que tal vez te saque treinta kilos, pero no te importa. Vuelves a golpearle, y una vez en el suelo, te das cuenta de la sangre que mancha la pared mientras él solloza. La patada en la cara le deja sin sentido. Inmóvil. Entras en la habitación, y ahí está ella, en pijama, asustada y llorando contra la pared. Reconoces su cara enrojecida. No tendrá más de veinte años, y cuando te acercas se encoje. Te pones de cuclillas mientras la miras, sin decir nada. Sabes que no puedes dejarla ahí y le tiendes la mano que no tienes ensangrentada. La otra te arde y sientes la adrenalina escapar por cada poro de tu piel. Se levanta y te abraza, casi te deja sin aire. Te separas, “coge tus cosas”. Sabes que has causado más miedo que incertidumbre, pero ella obedece. Coge una mochila, mete algunas cosas y te acompaña a la puerta. Mira el cuerpo ensangrentado mientras sale del piso. Regresa y coge las llaves del mueble de la entrada para después cerrar la puerta tras de sí.
Sabes a dónde llevarla, y camináis durante un largo rato hasta que abres la puerta de otra casa, en otro barrio. Le indicas dónde puede dormir y regresas al salón con una cerveza en la mano. Al poco ella aparece por la puerta, aún sigue en pijama, te pregunta si puede sentarse contigo, y termina hecha un ovillo en el sofá… Te preguntas qué pasará por su cabeza en ese momento, pero no habla, y sabes que se ha quedado dormida. No entiendes cómo puedes confiar en ti si no te conoce, pero sientes su tranquilidad al respirar.