jueves, 14 de agosto de 2014

Tiempo de reflexiones. Las Jornadas TdN 2014


Todo comenzó el verano de 2013 haciendo planes para la Feria Medieval de Cortega, cuando un colega me comentó que le gustaría ir a las Jornadas de Tierra de Nadie, pero que se le había pasado la fecha. Se lo comenté a otro colega, que resultó ser veterano, y me aseguró que me avisaría con tiempo para poder inscribirme. Y llegado el momento me “presionó” para que no se me pasara la fecha.
Lo cierto es que a continuación no os voy a contar cómo fueron las jornadas, ni lo bien o mal que estuvieron organizadas. No hablaré de las más de quinientas actividades que se realizaron, ni sobre las más de setecientas personas que se alojaron allí. Sólo hablaré de la pequeña familia que encontré al llegar, de los buenos momentos, de la falta de sueño y, por supuesto, de las ganas que tengo que de volver.
El jueves, mi acompañante, Joaki, y yo llegamos a Mollina pasadas las cinco de la tarde. Aparcar no parecía complicado si no teníamos reparos en invadir el campo de un desconocido. Lo primero era recoger las acreditaciones, y antes de descargar las maletas, nos pareció lógico dar un paseo por las instalaciones del CEULAJ.
A nuestra llegada nos encontramos con unos amigos que nos explicaron la distribución de las instalaciones, y tras echar un vistazo y localizar nuestra tienda, nos dirigimos de nuevo al coche para recoger los avíos del campamento. Y entonces, apareció él, el primero. Un chico alto, delgado, con el pelo alborotado y un pantalón hippie.
A falta de poder acercar el coche hasta la tienda, buscamos un carro, apilamos los tiestos y nos armamos de paciencia. Por el largo pasillo de tiendas hubo dos que nos llamaron la atención: la primera parecía estar prevenida contra los alienígenas, con una "extraña" tela plateada (para evitar que el interior se convirtiese en un horno); de la segunda lo que relamente me enamoró fue el colchón. Nuestro destino era la tienda 63, la penúltima. Sin sombra. Donde ya habían llegado nuestros “compañeros”, lo cual descubrimos al ver su equipaje deshecho. Mientras montábamos la cama, pudimos ver al chico alto peleando con un amigo hasta romper su espada de gomaespuma. Y al acabar, Joaki decidió que el grupo de la tienda cercana sería un buen comienzo para conocer gente. No, no nos presentamos, a pesar de cenar juntos. Pero descubrimos que nuestra primera partida también la jugaría el chico alto de pelo alborotado.
La primera actividad que teníamos era “Bruselas, 1711”. Ropa de época. Nervios. A pesar de haber recibido el preludio poco antes del viaje, no lo habíamos leído, y a Joaki ni se lo habían mandado. Pero no importó. Lo primero era recibir varios folios con toda la información necesaria para interpretar nuestros personajes. Estábamos en la facción francesa, y los cinco componentes del grupo nos alejamos del resto. “¿Tú eres Lisbeth? Yo soy Redinand d’ Bianco”. No, no sabía quién era ese muchacho rubio de ojos azul oscuro, y como después comprendí, era lógica su indignación, tras leerme mi preludio comprendí que llevaría al personaje de mi amor platónico desde hacía siglo y medio, mi guardaespaldas. Y propietario del colchón de mis amores.
Comenzó el juego. En formación recorrimos el patio al son de la marsellesa. Allí estaba el chico alto, el Pirata, primer destino, iba de Brujah, pero la casaca pirata hacía olvidar el rol de su personaje. La noche concurrió entre planes, liadas y arpiadas. Al finalizar, el francés, d’Bianco, tiró la primera de todas las piedras. “¿Os venís a tomar unas copas?”, frase a la que siguió la siguiente que se convertiría en estandarte del fin de semana, “No hemos venido a dormir”. Y así fue como nos dieron las 6 de la mañana en el bar Paco. Hablando entre nosotros de gazpachos y salmorejos, un hombre se metió en la conversación, asegurándonos que a la noche siguiente nos traería porras y pimentón. Fue la única noche que no bebí alcohol. Sin saber a cuánto estaba el bar no estábamos dispuestos a darnos el pateo, y no era plan de conducir en malas condiciones. La noche se pasó rápido, y en cuanto nos echaron, volvimos a la tienda a descansar, después de más de veinte horas sin dormir.
Despertar el viernes a tiempo para ir al vivo de Valdediós fue duro. Muy duro. Tras la paliza del día anterior, con los preparativos y el viaje, sumado a trasnochar, costó ponerse en pie, sobre todo sin café. A los de la zona de acampada nos daban café, lo malo era tener que esperar hasta las 11. Dispuestos a pasarlo bien, nos acicalamos y llegamos hasta la zona reservada para la partida sobre la guerra civil española. Realmente no fue una sorpresa, bueno, sí. La testosterona invadía la zona. Dos bandos, mucha gente y sólo tres mujeres. Una monja, una enfermera y una… bueno, y yo. Los hombres quisieron arreglar el mundo, y yo aproveché para ir en busca del café prometido, total, nadie echaría en falta mi presencia.
Al final de la larga hilera de edificios, a la derecha, allí estaba mi café. No era gran cosa, pero bueno, tenía cafeína, y algo que resultó mucho más importante: era mi placebo. Me acerqué a la tienda a por la leche condensada (sí, supuse que sería difícil encontrarla y me llevé un bote de estos pequeños), y ya que estaba, me pasé por El Circo. Qué hombres. Qué armaduras. Qué batallas. Tras el momento de deleite, regresé a la partida. Todo seguía más o menos igual, no me había perdido gran cosa. Y allí estaba el quinto miembro de la familia, Lima, otro acompañante de relíos, y huésped de la tienda anti alienígenas. Al finalizar la partida fuimos a almorzar lo que se convertiría en costumbre, chacina.
Como la tarde la teníamos libre, aprovechamos para apuntarnos a un vivo del que nos había hablado Lima, el Guateque de Stalin, aunque el cansancio no nos ayudó a dar demasiado de nosotros mismos. Tras la cena, una ducha rápida y correr hasta el siguiente vivo: La viuda de Aguasdulces. Por correo, los narradores sólo nos habían indicado los colores de la casa (azul, plateado y rojo), por lo que es de imaginar mi cara al descubrir que yo llevaría el rol de la alegre viuda, coincidiendo de nuevo con el Pirata y el Francé (d’Bianco). No sé si por el buen ambiente en general, por al compañía, por la trama o por el personaje que me habían dado, he de reconocer que me lo pasé genial. Lástima que el Pirata llevase a un hombre santo; el Francé al único hombre casado que venía con su esposa; y Joaki a mi espada juramentada, sino, habría sido muy diferente. No habría elegido al más mindundi para pasar el trago de la urgencia de boda, sino que habría habido una confabulación real, una lucha por el poder. Pero no importó. Lo único que me agobió un poco fue la sensación de tener la obligación de hablar con todo el mundo, y no tener tiempo. Cuando el narrador dijo que quedaban 15 minutos para cerrar, he de reconocer que me entraron las prisas. Entre mis campesinos había habido revueltas, y al descubrir que eran producto de las acciones del hombre santo, vi cielo abierto. Me alié con él para tener controlado al pueblo; pacté con mi vecino Targaryan para evitar una guerra; me deshice de mi hermanastro, y me casé con el pardillo más sumiso que acudió al evento. Si hubiese tenido una hora más, probablemente me habría dado tiempo a hacer más, y no sólo a ceñirme a mis objetivos.
Como era de esperar, al terminar la partida, volvimos al bar Paco, y allí, esperándonos fresquitos estaban las porras y el pimentón, lo que viene a ser un puré de gazpacho y un salmorejo con mucho ajo. “Un taxista siempre cumple su palabra”. Aquel desconocido había cumplido, nos había dejado la cena en el bar. Noche de ron y chupitos. Muchos chupitos. Al principio estuvimos sentados en la terraza, y el Camillero de Valdediós, Jorge, trajo un par de chupitos para los únicos que los aceptamos, el Francé y yo. Le esperamos para tomarlos con él, y a su regreso traía otros dos, según él, porque los primeros eran para amenizar la espera hasta su regreso. Al llegar la hora de chapar la terraza, nos metimos dentro, bailamos un poco, charlamos, y sin querer me vi metida en una pequeña “trifulca” entre amigos. Nada grave, aunque de señalar, ya que cuando, al final de la noche nos fuimos a desayunar, una de las partes me “pidió disculpas” por lo que había tenido que presenciar. Sí, mi asombro fue considerable, aunque el ron hizo que fuese más liviano.
Mientras desayunábamos churros, decidimos hacer tiempo hasta que abriesen los comercios para ir a comprar los suministros necesarios, sin embargo, tan solo tres aguantamos el tirón, Joaki, Lima y yo. Volvimos a CEULAJ, nos quitamos los atrezzos (sí, me pasé toda la noche con el traje de viuda) y regresamos al pueblo a por los recados. Entre una cosa y otra nos dieron las doce, por lo que, como en la tienda no se podía dormir por el calor, preferimos echarnos en la piscina. El sol parecía perseguirme. No importaba cuánto moviese la tumbona, cada vez que me dormía, me terminaba despertando el sol en todo el cuerpo. Pero como todo, la hora de la piscina llegó a su fin, y nos echaron a las dos, así que aprovechamos para almorzar y decidir qué actividades realizaríamos por la tarde. El Francé vio un rol en vivo de “pequeñas cosas abandonadas”. Mal. Deberíamos habernos metido en cualquier otra cosa, aunque fuese jugar al parchís, o al “¡No gracias!”, juego que nos acompañó en nuestros ratos de paz. Cuando llegamos al mostrador nos sorprendió que aún quedasen ocho plazas, pero nos alegró ver que podríamos apuntarnos los cinco que no teníamos plan. Error. Si sobraban plazas era por algo. La presentación del juego fue “esto es un rol nórdico, de emociones”, ahí es cuando deberíamos haber huido, pero ya estábamos allí y teníamos que jugarlo. Lo primero que debíamos hacer era elegir un objeto. Éramos 16 personas, así que “por azar”, nos encontramos los cinco divididos en tres grupos, y el mío era el único de dos. El Francé y yo, y nuestra historia no podía ser más triste. Nuestro dueño nos había abandonado porque al quedar huérfano se lo habían llevado a un orfanato. Una vez montamos nuestra historia salimos a echar un cigarro. Ese habría sido otro buen momento para darnos a la fuga, pero no, nos quedamos. Por ahorrar cómo era el juego, al rato yo estaba deseando auto tirarme a la basura, y la cosa en general no acabó demasiado bien. Ya podéis imaginar a qué altura se encontraba la moral de la mayoría de los participantes. Horas después alguien me comentó que los juegos de rol nórdicos o gustaban mucho o dejaban muy mal sabor de boca. Me incluyo en el segundo grupo, pero bueno, no dejaba de ser una experiencia nueva, y a eso habíamos ido a las Jornadas.
Tras esto, teníamos tiempo para cenar e irnos al siguiente vivo. Años 20. Al ser la noche del sábado, la familia se rompió, salvo Joaki y yo, ya que nos había inscrito en las mismas partidas, además, ya habría sido demasiada casualidad una tercera noche juntos, así que nos arreglamos a lo Charleston y nos dirigimos a nuestra localización. La gran sorpresa de la noche fue llegar hasta donde se encontraba el narrador y descubrir que era el mismo chico que había hecho de mi hermanastro la noche anterior. Y ese rencor se notaba. Era palpable. Obviamente en tono de broma, pues todo aquello no dejaban de ser juegos para pasarlo bien. Pero ahí estaba ese sentimiento que le daba a todo un matiz extraño, sobre todo, porque el chaval lo sabía y prefirió no decirme nada. La primera media hora de juego no me hallaba. No entendía qué hacía mi personaje allí, no comprendía cómo la trama se había retorcido tanto como para parecer una partida de Cthulhu, aunque he de reconocer que por un instante hasta me ilusioné. Llevo tiempo queriendo jugarlo. Pero no. Nos marcaron un Resines. El cansancio, la falta de sueño, la hora que era… confieso que llegué a plantearme hacer un mutis por la izquierda e irme a dormir. No sabía dónde estaría “la familia”, y no, aún no tenía el teléfono de ninguno, si total, mi móvil llevaba más tiempo en la tienda que conmigo, al igual que mi cámara de fotos. Pero al salir a la calle nos lo encontramos de frente, el Francé había venido a buscarnos. Su partida había terminado pronto. Bueno, pues nada “no hemos venido a dormir”, nos armamos de valor y tiramos para el coche, calle abajo, al bar Paco. En torno a las 4 comencé a aburrirme, no encontraba ninguna conversación interesante y me planteé de nuevo el mutis, y entonces llegó de nuevo el Francé con su “vamos a por otra copa”. Joaki me pilló las vueltas y huyó al coche a dormir. Fue sabio. Muy sabio. Volvimos a ver amanecer mientras desayunábamos churros con chocolate. Pero esta vez sí nos fuimos a dormir, cuatro horas, superamos nuestro record.
Al despertar, desayunamos unos pastelitos y nos fuimos de cabeza a la piscina. No teníamos nada programado, no nos apuntamos a nada, pero al medio día, tras almorzar comida caliente en un bar, nos acercamos a recepción para apuntarnos al vivo de vampiro que narraba un colega, el mismo que me había insistido en que no se me pasase la fecha de inscripción, llevándonos la sorpresa de que se había cancelado. Lo cual, para ser sinceros hasta nos vino bien, ya que así no tendríamos que retrasar tanto el regreso a Sevilla. Sin embargo, queríamos quedarnos a la clausura, por lo que tras recoger nuestras cosas y guardarlo todo en el coche, echamos el último rato de piscina y pasamos el resto de la tarde jugando al “Tiro al pato”, un juego de mesa bastante entretenido. Hubo varias despedidas, y finalmente, Joaki y yo nos dirigimos al salón de actos. A media noche retornamos a Sevilla, muy cansados, ilusionados con el próximo año, y con unas vistas espectaculares gracias a la “Súper luna”. Caímos en la cama en torno a las dos de la mañana, exhaustos.
Me quedo con la sensación de, tras quince años, volver a asistir a un “campamento de verano”, pero esta vez para los “niños perdidos de Nunca Jamás”. Es curioso cómo cambia la percepción de las cosas, cómo cambian los hábitos. Ha sido toda una experiencia, donde hemos podido comprobar que estas cosas no tienen edad, llegando incluso a ver que los frikis también tienen hijos, y lo mejor de todo, ¡que se los llevan a las jornadas! Sin duda, el próximo año estaremos de vuelta, y a la pequeña familia seguro que la veremos pronto gracias a los viajes personales y a la programación de futuras partidas.

"Un taxista de Mollina siempre cumple su deuda"