Había comenzado a llover y mientras esperaba que el semáforo se pusiese en
verde, se había quedado exhortada contemplando a través del espejo aquellos
ojos color miel que le miraban fijamente, impacientes, preguntándose cómo
podrían haber salido unos ojos tan claro de otros tan oscuros.
―¿Pero por qué? ―Volvió a preguntar la pequeña de seis años.
―¿Por qué qué, cariño? ―reaccionó desconcertada ante la mirada atónita de
la niña.
―Que ¿por qué no me respondes? ―insistió mirando a su madre fijamente a través
del retrovisor del coche.
―¿Qué me has preguntado?
―Que ¿a qué sabe la lluvia? ―La niña le miraba fijamente esperando una
respuesta.
―¡Ah! Pues depende de dónde llueva… Si llueve en la playa, sabrá salada; si
lo hace en el campo, sabrá a tierra mojada, y si lo hace en una gran ciudad,
puede saber a cualquier cosa…
―Pues Marita dice que sabe a lágrimas de ángel…
―¿Y a qué saben las lágrimas de ángel, cielo?
―Pues a lluvia… ¿no?
―¿Y tú crees que saben a eso?
―No… ―respondió la niña dubitativa mientras miraba las nubes por la
ventanilla ―Pero no creo que sepan a lágrimas de ángel… ¡yo creo que saben a lágrimas
de unicornio! Porque cuando llueve hay arcoíris, que son las colas de los
unicornios…
―¿Y por qué van a llorar los unicornios?
―Pues… porque están tristes… y cuando dejan de estarlo, se van volando…
pero como vuelan muy rápido, pues sólo se ve su cola… A lo mejor están tristes
porque se sienten solos… y cuando uno llora, otro le encuentra… y se van juntos
volando… y así son felices… como cuando yo me pierdo… que lloro, y cuando tú me
encuentras ya soy feliz y dejo de llorar…
―Claro… ―respondió conteniendo una carcajada. Siempre le había llamado
mucho la atención la imaginación de la niña, y no podía evitar pensar en las
cosas que le pasarían por la cabeza y que se guardaba para ella, aunque en más
de una ocasión le había oído hablando sola en su cuarto, mientras jugaba con sus
muñecos, inventando historias. Decía que de mayor quería ser cuentacuentos,
como la madre de su amigo, un niño de su clase al que el resto de niños solían
tener marginado, pero que a su niña le caía muy bien, y que en alguna ocasión
había invitado a casa.
Susana volvió a mirar por la ventanilla, pero sus ojos ya no mostraban la
ilusión de hacía unos minutos, sino pavor al ver acercase el todoterreno verde que
estaba a punto de embestirles por el lateral del coche. El recuerdo del impacto
obligó a Lola a salir del trance con la cara llena de lágrimas, esa fue la
última imagen que vio de su niña antes del incidente.