Rosanera llegó al refugio con un centenar de dudas
en la cabeza, no podía creer lo que había ocurrido. Uriel no era Uriel… era el
Escultor… ¿pero desde cuándo? Todo lo que sabía de él… ¿era mentira? ¿cuándo
había dejado de ser él? ¿Lo había llegado siquiera a conocer o sólo había visto
una quimera? ¿Debería ir a buscarlo o se sentiría traicionada al comprobar que
no era a él a quién conocía? Se encontraba confusa…
Al entrar en el
enorme salón colocó su iPhone en la base del iPod de la minicadena, comenzó a
sonar “My inmortal”, tras lo que se dirigió al sofá para sentarse mientras se
encendía un cigarrillo. No conseguía comprender bien lo ocurrido aquella noche.
La noche en la que había sobrevivido a una Assamita. Desde la llamada del
Sabbat la noche anterior, sabía que aquellas entregas serían una trampa mortal
para todos los vástagos de la ciudad que acudiesen a los encuentros, y los
ataques diurnos a los refugios no habían ayudado a mantener la calma. La mayor
parte de los vástagos acudieron malheridos. Todo apuntaba a un suicidio en
masa. Pero ella tenía muy claras sus prioridades, aunque Andrea no fuese una de
ellas. Todavía no había asimilado por qué aquellos vástagos habían acudido a un
lugar que se sabía que sería un suicidio si tanto les importaba su no vida e
iban a salir corriendo. Luciel al menos había sido rápida. ¿A qué pensarían que
iban? ¿A una fiesta de tartas? ¡Obviamente era peligroso! Y huir nunca es una
buena opción, los enemigos aprovechan la cobardía para atacar por la espalda y
nunca se debe dejar desprotegida cuando el enemigo te rodea, eso es algo que ya
le enseñaron hacía muchos años en un mal encuentro.
Rosanera sintió
un extraño impulso que la llevó hacia su abrigo. Se levantó, caminó unos pasos
y miró dentro de su abrigo. Dentro del bolsillo izquierdo encontró una nota.
“No olvides quien eres y lo que eres capaz de hacer. Si en algún momento se te
olvidase, yo estaré ahí para hacértelo recordar… Espero que sea de su gusto”.
Una sonrisa iluminó el triste semblante de la rosa, ese que horas antes se
había tornado en sangre por la angustia y la melancolía al contemplar el cuadro
de Alison. Aún mantenía la herida en su dedo, producto de los cortes que le
hizo el anillo al girarlo. A pesar de todo, de los peligros que la acechaban,
de la ansiedad que la envolvía, un haz de luz le mostraba la esperanza. Tal vez
no todo estuviese perdido.