martes, 4 de diciembre de 2012

Muñeca de porcelana I


Podría haber sido eterna si lo hubiese deseado. La piel tersa, blanquecina, luminosa. Los labios carmín, perfilados y carnosos. Esa figura ligera, contorneada y altiva, demostraba un poder soberbio, podría haber atemorizado al más valiente con un simple gesto. No le era necesario pronunciar palabra para obtener cuando le fuese deseado. Su semblante sereno provocaba la misma admiración que miedo, pero su larga melena rubia le aportaba la dulzura necesaria para ser amada. Los tirabuzones le daban cierta apariencia de muñeca de porcelana. Quizás hubo un día en el que lo fuera, ahora encantada, con vida propia.

Al fin pude contemplar sus ojos. Al alzar la vista el flequillo dejó de cubrírselos. Quedé atónito. Ahora era aún más hermosa. Me descubrió contemplándola y sus mejillas parecieron tomar color. Grises, tenía los ojos grises, un gris a juego con las nubes que durante todo el día nos amenazaban. Tenía enmarcado el iris con un fino borde azul marino. Me quedé prendado. A pesar de notar su incomodidad, no fui capaz de dejar de contemplarla. El nerviosismo del momento la forzó a esbozar una sonrisa. No era mi intención incomodarla, ni mucho menos. 

Llegó mi parada, era el momento de salir de aquel vagón de metro. De ella tan sólo me quedaría un recuerdo, probablemente olvidado al día siguiente, pero que en el momento de frenar me pareció que podría ser eterno.